No en vano en el principio fue y es siempre el Verbo, la Palabra. Ella nos asocia, nos religa al tú con tal fuerza que lo sobrepasa para religarnos de un modo absoluto a Dios.

 Nos constituye el amor, o la palabra, que es lo

mismo. Uno piensa que la poesía no es, no puede

ser otra cosa que la verificación de esta certidumbre

: somos, por la palabra, hombres y, como

tales, consistimos, no al vivir, sino justamente al

convivir, no en el yo, sino en el tú, en un ámbito

de donación y entrega y, al mismo tiempo,

de recepción y plenitud. La persona es ágape, religación

evidente y misteriosa, diálogo y asombro.

Palabra, a fin de cuentas.

Hay, en la palabra, una raíz originaria, una

oscura vibración fontal, última, donde la palabra

misma es esencialmente encuentro y, por tanto,

verificación del hombre. Justo en ese encuentro,

en el ámbito mismo del misterio en que alentamos,

es donde el hombre siente y consiente,

esta suerte de infinitud que propiamente no comparte

con el hombre, sino que le religa —unitaria,

personalmente— con Alguien que le es ajeno

de un modo total, absoluto, y que, sin embargo,

es suyo, siéndole, además, vecindad querenciosa,

pavor unas veces y, las más, júbilo, y presencia

abierta, inacabable, donde —porque el tiempo es

solo la medida del cuerpo— nuestra duración se

hace continuidad en la palabra. Dar testimonio

de esta invisible y real ligazón del hombre, bus-

car —con la palabra, por la palabra y en la palabra—

esas raíces, pienso yo que es hacer y hacernos

verdad, esto es: poesía.

No en vano en el principio fue y es siempre el

Verbo, la Palabra. Ella nos asocia, nos religa al

tú con tal fuerza que lo sobrepasa para religarnos

de un modo absoluto a Dios. Dudo mucho que

la poesía, en sí misma, pueda no ser otra cosa

que religación —en el sentido zubiriano del término—

del hombre o su palabra con el Verbo.

La revelación al menos se nos da por la palabra,

como el paisaje por la luz o el alma por el cuerpo.

Decir, contar, cantar del hombre mientras la

noche dura, y la esperanza, es religarlo personalmente

—esto es: libremente— al Otro. Hacer

camino en el Camino.

¿Hay poesía religiosa o es, siempre, toda poesía,

religiosa? No sólo no me inquieta, sino que

me parece ociosa la respuesta. Sería tanto, y tan

inútil, como tratar de averiguar si la palabra puede

ser o no ser religiosa. El adjetivo es admisible

por razones pedagógicas. Para ver es necesario

acotar, parcelar la realidad con la mirada. Pero

yo pienso que, más que la intencionalidad del

poeta, es la intensificación expresiva de la palabra

(sus posibilidades de revelarnos los últimos

estratos del ser que nombra, y la vibración profunda

y decisiva donde la palabra acaba y el

encuentro y, por tanto, la religación o la huida,

surgen) lo que puede darnos esa poesía esencial

que el hombre, conforme regresa, ha de exigirnos

siempre.


ALFONSO ALBALA

en 
Antología de Poesía Religiosa de Leopoldo de Luis



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