Entrevista en la revista Speculum

Barnés: "El proyecto ilustrado de una humanidad sin Dios está agotado"


Antonio Barnés (Sevilla, 1967) es profesor de literatura en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus múltiples publicaciones se encuentran los libros Elogio del libro de papel (Rialp, 2014) y Los amores del Quijote (Teconté, 2016). Es el promotor del proyecto académico "Dios en la literatura contemporánea", así como del congreso "Autores en busca de autor" sobre el mismo tema, del cual ya se han celebrado tres ediciones. Conversamos con él acerca de lo humano, lo divino y lo literario.


- ¿Cómo surgió la idea de organizar un congreso sobre Dios y la literatura?

Primero surgió el proyecto y después los congresos. Nacieron del deseo de recuperar grandes temas en la investigación en las humanidades, de superar el positivismo, de ofrecer sentido, y tuve la fortuna de encontrar a personas con ilusión de trabajar en esta empresa. La ventaja de un gran tema como Dios es que es muy agradecido, pues permite estudiar cualquier obra de cualquier autor.

- Tras celebrarse tres ediciones del mismo, ¿cuál es tu primer balance personal de la iniciativa?

El balance es de sorpresa y alegría al comprobar el gran interés que suscita. Sin especiales esfuerzos de difusión han acudido investigadores de diez países diferentes que han presentado un centenar de trabajos sobre 84 autores de doce áreas lingüísticas distintas. El éxito es del tema, no de nuestra gestión. También influye el que los estudios humanísticos suelen ser muy sectoriales, y un tema como este atrae a investigadores que quieren expresar sus hallazgos acerca de esta cuestión y tal vez no encuentren otros foros donde hacerlo. Por lo demás, quienes más hemos aprendido somos los promotores del proyecto.

- ¿Detectas un interés creciente acerca del tema de Dios entre los estudiosos de la literatura, o no deja de ser un tema minoritario dentro del contexto de la filología?

No sé si es creciente. Pero me llamó la atención que en el Festival de Literatura de Copenhague nos presentó un profesor diciendo que las profecías sobre la muerte de Dios no se habían cumplido, que el secularismo no había logrado erradicar a Dios ni a la religión, y que nuestro proyecto era una prueba de todo ello. Estamos en un agotamiento de ciclo. El proyecto ilustrado de una humanidad sin Dios está agotado. Por eso creo que son importantes proyectos como este, pues la inercia es grande y no pocos siguen dándole a la manivela de un análisis materialista que, parafraseando a Hobbes, es un lobo para el hombre.

-¿Qué función o funciones desempeña la figura de Dios en los escritores? ¿Hay algún hilo común entre ellas?

Comprobamos que la literatura es una isla de libertad en un mundo muy encorsetado de prejuicios. Vemos que Dios está en la literatura como en la misma vida, es decir, de modos infinitos. Unos le buscan, otros le encuentran. Unos le aman, otros le niegan. Unos dudan, muchos siguen extrayendo de la Biblia luz y fuerza para vivir. Pero cada uno tiene su itinerario personal y su modo de expresarlo. La riqueza de perspectivas es ilimitada. En un plano más profundo, podemos recordar palabras del pensador alemán Gadamer que sostiene que nuestra época, frente a lo que suele pensarse, es muy religiosa, y que, entre otras cosas, la búsqueda de perfección en el estilo refleja un anhelo de Dios.

-¿Cuál es el espacio que le reservas en tu propia literatura y en tu vida a Dios?

De mis padres aprendí que Dios formaba parte de la familia, que no era un ser extraño o lejano. Por tanto, Dios está presente en mi vida y en mi trabajo de modo natural. Compruebo que Dios está en todas partes, y que casi todo se convierte en prueba de la existencia de Dios. Especialmente, la belleza.

-Si Dios hubiese muerto, ¿qué le dirías para resucitarlo? Y si no es así, ¿qué le dirías a los ateos para que revisasen sus prejuicios acerca de este tema?

Dios no puede morir porque es el mismo Ser subsistente. Lo de “la muerte de Dios” es indicativo de cierta intelectualidad contemporánea: que se cree lo que piensa, que cree que lo que piensa es real o determina lo real, que se siente investido de don profético, que estima mayor la parte que el todo y si su “secta” postula la muerte de Dios, eso ha sucedido realmente y es un dogma, aunque haya cientos de millones de personas para quienes Dios es un ser operativo… En fin, estos intelectuales suponen que su tiempo es el definitivo, sin advertir que la historia no está escrita, que dentro de un siglo puede haber una inusitada efervescencia religiosa, que el hombre es libre y de padres ateos puede nacer un hijo religioso, etcétera. ¿Quién imaginaba en el siglo VIII de la era cristiana que pocos siglos después iban a surgir el románico, el gótico, las universidades, La Divina Comedia, el renacimiento o la Capilla Sixtina? Todo pensamiento que se revista de “fin de la historia”, “verdad definitiva” o “culmen sin vuelta atrás” es fatuo.

Por otra parte, a mi parecer, el ateo es un intelectual de salón. Ningún pueblo o persona singular han sido “naturalmente” ateos. El hombre es religioso, con sed de trascendencia. El lenguaje humano es inevitablemente metafórico y simbólico, porque pertenece a un ser metafísico. Que si no cree en un Dios revelado, creerá en un Dios natural, o en un dios fabricado: llámese Estado, Nación, Cultura o Mercado. Como demostró Viktor Frankl, el hombre es un ser en busca de sentido, y el poder y el placer no pueden satisfacerle plenamente. La pregunta por el sentido siempre estará ahí. Y para esa pregunta las ciencias exactas y experimentales no poseen respuesta, ni tampoco las filosofías que imponen corsés mentales y expulsan a Dios de sus sistemas cerrados y narcisistas. Dios se muestra al alma de los niños y no a la mente de los racionalistas suspicaces.




En Speculum reunimos textos e imágenes de la tradición occidental
desde una perspectiva abiertamente cristiana
con el propósito de contribuir a su mejor conocimiento,
en la convicción de que el saber es el mejor camino hacia la fe.


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