El desacuerdo entre signo y cosa designada es una ley de la lírica moderna, lo mismo que del arte moderno.

Hugo Friedrich: La estructura de la lírica moderna, Seix Barral, Barceloba 1974:

Interioridad neutral en lugar de sentimientos, fantasía en lugar de realidad, mundo fragmentario en lugar de mundo unitario, fusión de lo heterogéneo, caos, fascinación por medio de la oscuridad y de la magia del lenguaje, pero también un operar frío análogo al regulado por la matemática, que convierte lo cotidiano en extraño: esta es exactamente la estructura dentro de la que se colocarán la teoría poética de Baudelaire, la lírica de Rimbaud, de Mallarmé y de los poetas actuales.

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En 1859 Baudelaire escribía: “El romanticismo es una bendición celestial o diabólica a la que debemos estigmas eternos.” Esta frase traduce con toda exactitud el hecho de que el romanticismo, incluso cuando muere, deja impresos sus estigmas en sus herederos. Éstos se rebelan contra él precisamente porque sienten su influjo. La poesía moderna es romanticismo desromantizado.
La amargura, el sabor a ceniza, la desolación, son experiencias fundamentales forzadas, pero al mismo tiempo cultivadas por el romántico. Para la antigüedad clásica y para toda la cultura que de ella deriva hasta el siglo xviii la alegría era el supremo valor espiritual que indicaba que el sabio o el creyente, el caballero, el cortesano, el hombre culto perteneciente a la “élite” social, habían alcanzado la perfección. El dolor, en cambio, a menos que fuera transitorio, era considerado como un valor negativo y, por los teólogos, como un pecado. A partir de las expresiones de congoja prerrománticas, empero, la situación se invirtió. La alegría y la serenidad desaparecieron de la literatura y en su lugar aparecieron la melancolía y el dolor cósmico. Éstos no requerían ningún factor que los provocara, sino que se alimentaban de sí mismos y se convirtieron en los atributos de la nobleza de alma. El romántico Chateaubriand descubre la melancolía sin objeto, erige la “ciencia del dolor y de la angustia” en meta de todas las artes y entiende que el desgarramiento del alma es una bendición del cristianismo.

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Ya no es posible olvidar, como en los poetas anteriores, la manera de decir en aras de lo que se dice. El desacuerdo entre signo y cosa designada es una ley de la lírica moderna, lo mismo que del arte moderno.


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