Un soneto cerró el I Congreso Internacional "Dios en la literatura contemporánea"

Pablo Rodríguez-Osorio, ponente del I Congreso Internacional "Dios en la literatura contemporánea" escribió un soneto al hilo de una comunicación sobre Juan Ramón Jiménez leída en el congreso. El soneto, inspirado y escrito en el congreso, fue el broche de oro de las tres jornadas del foro, y se leyó justo antes de la clausura.


BUSCASTEIS A DIOS

    (A SAN JUAN DE LA CRUZ Y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ)

Buscasteis a Dios, y sus latidos
sentisteis latir en la escritura,
que se hizo melodía y partitura
en vuestros corazones bien-heridos.

En vuestros versos, del amor nacidos,
en la suma pureza, en la más pura,
la tinta está de Dios, que siempre cura
nuestras almas y cuerpos doloridos.

Sois Juan y Juan Ramón pura poesía
que fue, junto con Dios, el solo anhelo,
la esencia celestial de vuestro ser.

Os seguiré leyendo cada día
en el azul del mar, azul de cielo,
azul de Fontiveros, de Moguer.

Pablo Rodríguez-Osorio
                                      20 de octubre de 2017

A modo de exégesis

         La posición de “y sus latidos” permite entenderlo también como objeto de “buscasteis”, lo cual es pertinente, pues el hombre, alma y cuerpo, necesita espíritu para su alma y corazón corporal para su cuerpo. Esto es posible en el cristianismo porque el Verbo se ha hecho carne y la Virgen está en cuerpo y alma en el cielo.
         La metáfora de la escritura como corazón es preciosa por cuanto evidencia que no es solo letra, sino también espíritu. La letra se hace música, nueva magnífica metáfora que recoge la tradición pitagórica y platónica de la armonía universal como melodía, al tiempo que convierte a los lectores-buscadores (San Juan y Juan Ramón) en músicos, que saben leer una partitura a la vez que interpretar un instrumento o, sencillamente, cantar.
         De corazón a corazón, del corazón de Dios (sus latidos) al corazón de los lectores-amadores San Juan y Juan Ramón (en quienes podrían reconocerse también los lectores del soneto). Corazones bien-heridos. La metáfora de la herida de amor es antigua. A veces esa herida es mortal (como la de Dido) ante la huida del amante; otras veces es curable (tal la de la amada del Cántico espiritual, pues se reencuentra con el Amado). De este tipo es la herida del cuarto verso del soneto, de ahí que el poeta escriba bien-heridos.
       La escritura poética nace del amor en un contexto de pureza (eco del Vino primero pura de Juan Ramón). La tinta es de Dios: espléndida metáfora de la inspiración, tan cara a la tradición grecolatina y a la bíblica-cristiana. Es una tinta terapéutica, pues no es otra cosa que la gracia, que sana y eleva la naturaleza humana herida por el pecado. Pecado que inhiere en el alma y el cuerpo, coprincipios esenciales al ser humano.
       Como buen soneto, no desvela sus cartas hasta el final. Y en el primer terceto aparece el nombre de los poetas. De nuevo el “pura”. Dios y poesía, haz y envés del anhelo de los poetas que, al escribir desde sí y para sí escriben para Dios. La poesía es un diálogo del poeta con el Poeta.
       Finalmente el poeta desvela su yo (os seguiré leyendo) y se repite tres veces el adjetivo azul, que aúna, en quiasmo, el mar de Moguer y el cielo de Fontiveros, a un tiempo que se evoca a Dios (el Dios es azul de Juan Ramón) y el azul del Cielo divino. Ese triple azul puede sonar a oídos cristianos un eco de la Trinidad.


Antonio Barnés

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