Dios, más que un final lleno de abstracciones, se me ha hecho una compañía esperanzada para ese final, un estímulo salvador y cercano, una "razón de amor", en suma.

Creo, con Dámaso Alonso, que "si la poesía
no es religiosa no es poesía. Toda poesía (directísima
o indirectísimamente) busca a Dios". Esta
búsqueda es, en el verdadero poeta, un hecho natural,
consecuencia última de su ahondar, de la
acumulación de sus experiencias vitales y estéticas,
de su propio desasosiego existencial.
El sentimiento religioso puede ser, naturalmente,
de muy diverso matiz pero siempre es
válido para el trance poético si es realmente
sincero. Comparemos el mundo religioso de San
Juan de la Cruz con el de Lope de Vega, el de
Fray Luis con el de Quevedo, el de Rubén Darío
con el de Juan Ramón o Machado —por citar
solo poetas de habla hispánica— y veremos cómo
los caminos son distintos, los credos diversos, el
concepto dogmático diferente. Pero todos ellos
—por el camino de la mística, del desengaño,
del dolor, de la belleza o de la preocupación existencial—
desembocan en una palabra alucinante:
Dios.
La poesía religiosa es, actualmente, más cristológica
que dogmática. Sobre todo desde Unamuno
hacia acá. Cristo y su doctrina son temas
más frecuentes que el de Dios Padre creador.
Hasta cuando se habla de Dios, en bloque, se
piensa más en la persona de Cristo que en el
concepto abarcador del Dios del Génesis. El
sentimiento religioso queda, así, más cerca de
la preocupación avasalladora de las últimas generaciones
poéticas: la justicia social que es,
en definitiva, el reino de Dios.
El lenguaje, por este camino, se ha hecho más
humano, directo y entrañado; la comunicación
más apasionada y el sentimiento más en consonancia
con las preocupaciones del mundo. Los
aires del Evangelio están sin duda mucho más
cerca de la poética actual que el mundo profético
y nebuloso del Antiguo Testamento.
Desde el siglo xvi hasta ahora, la poesía religiosa
ha cambiado profundamente de sentido.
Aquella era una poesía antiprotestante, con una
argumentación familiar, realista, anecdótica —con
contadas y altísimas excepciones— frente a lo
que el protestantismo tenía de abstracción y desnudez
conceptual. El dogma era, para los poetas
españoles, casi una doméstica necesidad. Ahora
el dogma es, en muchos casos, agonía y angustia
y, siempre, turbadora sustancia que pone en
lo lírico un trallazo inesperado y ardiente. De
Unamuno hasta los más jóvenes, la poesía religiosa
ha perdido en sosiego lo que ha ganado
en tensión desesperada. El dolor del mundo la ha
ido desnudando hasta dejarla en una sola interrogación
apremiante. La emoción es, pues, menos
sacral pero más intensa y humana.
Y esto que digo de la poesía en general pudiera
repetirlo de mi propia poesía. Sin proponérmelo,
he visto cómo se ha ido desnudando de liturgias
barrocas y como la fe se me ha ido exaltando
de esperanza y de amor. El proceso es, repito,
natural en esta hora del mundo. Dios, más que
un final lleno de abstracciones, se me ha hecho
una compañía esperanzada para ese final, un estímulo
salvador y cercano, una "razón de amor",
en suma.

FRANCISCO GARFIAS

en 
Antología de Poesía Religiosa de Leopoldo de Luis


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