Un espléndido poema de Concha Zardoya

 ERA UNA TARDE GRIS

 

Era una tarde gris. Y tú pasaste.

Yo vi tu resplandor, sentí el perfume

de la luz primigenia de tus ojos.

 

Una dulce pereza me dejabas

en la frente mordida por tu rayo,

un desmayado amor, una congoja...

 

Era una tarde gris. No sé si un éxtasis

lavó mi corazón de todo anhelo:

yo vi tu luz pasar... y me moría.



Concha Zardoya admira y se siente deslumbrada por la luz de Dios. Este poema, que recoge la antología Poesía religiosa de Leopoldo de Luis (Alfaguara, 1969), se titula “Era una tarde gris”. Dios pasa y la poeta ve su resplandor, siente el perfume de su luz (preciosa sinestesia), de la luz primigenia de los ojos de Dios. Su frente queda mordida por el rayo de Dios, deslumbrante metáfora. Esa luz que pasa, que hiere y que mata es plenamente mística. Zardoya ha asimilado el lenguaje de los místicos, lo ha incorporado a su quehacer poético. “Me moría”: fantástico imperfecto que indica la duración del gozo de una muerte que evoca el “para mí la muerte es ganancia” de San Pablo y el “muero porque no muero” de Santa Teresa. La metáfora del éxtasis que lava el corazón de todo anhelo es prodigiosa. Se pierde el anhelo porque se ha consumado la unión amorosa. Este poema, con su brevedad sanjuanista y su altura mística, concede a Zardoya un puesto sublime en la poesía mística castellana. “La tarde gris”, que se repite dos veces, muestra un estado de tristeza, que ayuda a contrastar el surgimiento de la luz divina. La “dulce pereza” es otra metáfora estupenda, que connota positivamente a la pereza, de suyo pecaminosa. Nada más lejos un Dios apartado, un arquitecto del universo, un motor inmóvil. El Dios de Zardoya es el Dios de los místicos.


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