¡Qué trueque de silencios!

 



Tú solo. Nada más.

Tú solo. Nada menos.

—Tu presencia en mi alma

y la ausencia en mi cuerpo

de lo que no eres Tú.

¡Qué trueque de silencios!

Silencio tuyo en mí

y silencio secreto

de todos los vacíos

que Tu mano va abriendo.

Entre tanto callar

qué marcha hacia lo eterno 

(Champourcin 1988: 45).

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