¿HA DESAPARECIDO DIOS DE NUESTRA LITERATURA?

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¿HA DESAPARECIDO DIOS DE NUESTRA LITERATURA?

María Caballero

Catedrática de Literatura Hispanoamericana

Universidad de Sevilla

 

Literatura del siglo XX y cristianismo fue el título de un libro emblemático para mi generación… Un libro codiciado por quienes, como yo, la mayor de doce hermanos recién llegada a la universidad, no podíamos ni soñar adquirir, pero de esos que permanecen en el imaginario. Un libro en 6 vols. escrito en francés (1953) por Charles Moeller (1912), y cuya traducción (1963) le supuso un premio del Gobierno belga al eminente catedrático de griego Valentín García Yebra. Allí se desplegaba ante los ojos del lector todo un mundo de apasionantes preguntas,  problemas, dudas… en torno a los grandes nombres contemporáneos: “El silencio de Dios”, vol I (Camus, Gide, Huxley, Simone Weil, Graham Greene, Julien Green, Bernanos); “La fe en Jesucristo”, vol. II (Sartre, H. James…); “La esperanza humana”, vol. III (Malraux, Kafka, Maulner, F. Sagan…; “La esperanza en Dios nuestro Padre”, vol. IV (Ana Frank, Unamuno, G. Marcel, Péguy…); “Amores humanos”, vol. V (Bertolt Brecht, Saint-Exupéry, Simone de Beauvoir, Valery, Sant-John Perse…); “Exilio y regreso”, vol VI (Marguerite Duras, Ingmar Bergman, Valery Larbaud, F. Mauriac, Sigrid Unset, Gertrud le Fort)… etc.


No sé si alguien sería hoy capaz de semejante proeza, valorar en su calado ontológico además de literario, la escritura de tantos y tan grandes autores, incluidos varios premios Nobel. Me inquieta más plantearme si en los últimos setenta/ ochenta años los seres humanos han escrito algo semejante, más aun si han sido capaces de vivir su existencia con tanta hondura. Respecto  a lo primero, diría que “el hombre es hombre gracias al lenguaje, gracias a la metáfora original que le hizo ser otro y lo separó del mundo natural” (Paz, 1983: 34)… El poeta, que todavía en el romanticismo se consideraba puente hacia la divinidad, que era el traductor hacia el resto de los mortales de ese libro de Dios plasmado en la naturaleza, se rebela ¡nuevo Lucifer! y declara concluida su labor de copista. La crisis finisecular del XIX (modernismos, decadentismos…) introduce la duda metafísica, tan bien plasmada en el poema Lo fatal, de Cantos de vida y esperanza (Rubén Darío, pecador y arrepentido, nuevo Lope de Vega que, por cierto, tiene a Dios muy presente en su poesía):

 

“Dichoso aquel que es apenas sensitivo,

                   Y más la piedra dura porque ésa ya no siente,

                   Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

                   Ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

 

                   Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

                   Y el temor de haber sido y un futuro terror…

                   Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

                   Y sufrir por la vida y por la sombra y por

 

                   Lo que no conocemos y apenas sospechamos,

                   Y la carne que tienta con sus frescos racimos,

                   Y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

                   Y no saber adónde vamos,

                   Ni de dónde venimos!” (Darío, 1995: 466).

 

El tono es nostálgico, de despedida de seguridades y valores que han sostenido durante siglos al ser humano. Estamos ante las consecuencias de la consabida proclamación de la muerte de Dios por parte de Nietzsche y algunos otros. Y de cuestiones históricas más complejas, bien conocidas en las que no entro ahora. A partir de la década de 1910 y la tragedia de la primera guerra mundial, un nuevo siglo mucho más desacralizado se abre paso. En él triunfan las vanguardias artísticas: la poesía es el nuevo sagrado, sustituye a la religión –ha dicho el poeta, ensayista y Nobel mexicano Octavio Paz-.

. Y llegado este momento de la conferencia, mi hija, profesora de Filología en la UNIR y poeta, me insistiría: “¡mamá, lluvia de ideas! Que sinteticen lo que vas a desarrollar, si no la gente se pierde… Ahí van: ante la pregunta, ¿qué aportó el cristianismo a la literatura occidental? surgen múltiples respuestas: La Biblia, cantera literaria para todos los tiempos; la mística, puente indestructible entre Dios y los hombres; la literatura de los conversos, desde san Agustín hasta la princesa Borghese, pasando por Claudel, Frossard, García Morente, Hahn…; la literatura apologética que dio grandes ensayos y también novelas, a veces obra de conversos: Fabiola, del cardenal Wiseman; Apologia pro vita sua (ensayo) y  Perder y ganar (novela autobiográfica), doble testimonio de la conversión de Newman, que además nos ha legado una amplia colección de sermones; los múltiples y excelentes relatos de Lewis, Chesterton, E. Waugh… Pero el cristianismo aportó mucho más, por ejemplo,  el tema de Dios en la novela del siglo XX: S. Undset, H. Haase, Vintila Horia, Mauriac…, con un importante apartado sobre el mal, ese escollo de todos los tiempos que bordan Dostoiewski  o Hanah Arendt… Y cuando parece que hoy Dios ya no interesa a los escritores, encontramos en la novela postmoderna, una cierta nostalgia del Dios perdido. Sucede algo semejante con la poesía religiosa, veta escondida que, como nuevo Guadiana, aflora en excelentes escritores: Gerardo Diedo, J. Mª Pemán, E. de Champourcín, republicana y mujer del 27, Dámaso Alonso… y en generaciones mucho más cercanas a nosotros Miguel D´Ors, J.J. Cabanillas, Carmelo Guillén…  Como muestra un botón: la antología Dios en la poesía actual (2018), recientemente editada por los dos poetas que acabo de citar, en voluntaria continuidad y carrera de relevos con la que en 1970 preparara para la BAC Ernestina de Champourcín, poeta del 27 y republicana exilada en México.

Habría mucho que hablar, porque si el monumental libro de Charles Moeller es una mina inagotable que permite a los profesores cubrir varios cursos académicos, con la presencia o ausencia divina en los textos, el tema que nos reúne lo rebasa y va más allá. No se asusten, no caeré en esa tentación... Unas simples calas deberían perfilar mi objetivo hoy: estimularles el apetito, intrigarles  para que se abalancen a leer o releer unos libros que sin duda les abrirán horizontes en busca de respuestas a las grandes inquietudes… Aquellas que como seres únicos e  irrepetibles debemos resolver uno a uno, sabiendo eso sí, que nos unen al resto de la humanidad. Algo que el poeta argentino Borges supo plasmar desde sus 24 años: en el trasfondo de su poesía, en sus ensayos, en sus relatos están las preguntas por el sentido del hombre, del mundo, de Dios a pesar de su proclamado agnosticismo.  “Borges se cree autorizado a llamar a juicio al Dios cristiano para imputarle los males del mundo y condenarle, llegado el caso,  a la pena de inexistencia” - dice Arana en El centro del laberinto… un libro excelente sobre las claves filosóficas del argentino (1994: 83)-. Si a algún gremio se afilia el escritor argentino es al de quienes de antemano rechazan lo sobrenatural. “Borges, usando un vocablo que le gusta ha fatigado la historia de las religiones, los catálogos de sectas y herejías, las antologías filosóficas y las recopilaciones de mitos, sin encontrar una creencia en la que pueda reconocerse, un Dios en el que su espíritu fuera capaz de reposar” (Arana, 1994: 99). A pesar de lo cual dice en su poema Xto en la cruz”: “no veo/ y seguiré buscándolo hasta el día / último de mis pasos por la tierra”. Y así fue: Dios presente hasta en su lecho de muerte –según testimonia su viuda, María Kodama- en una anécdota que nos contó hace años en Viena: pidió un pastor protestante y un cura católico y con ellos se encerró para seguir buscando… Impresionante.

Darío y Borges, dos clásicos de la literatura hispanoamericana que en absoluto se desligan del Dios cristiano. Y es que ¿cómo podría entender nuestra civilización europea sus claves culturales (arte, literatura… incluso cine) si prescinde de su historia religiosa? Podemos rastrear figuras e historias bíblicas en escritores de todos los tiempos: Dante, Baudelaire, Goethe, Milton, Lord Byron… pero también el teatro misionero, los autos sacramentales y la poesía de los Siglos de Oro (Calderón y Lope…). Entre nosotros corren libros acerca de Lo que Europa debe al cristianismo (Negro, 2004), o  Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental  (Woods, 2010), que no hacen sino recordarnos a nivel de divulgación la labor de los monjes en los monasterios, la construcción de las universidades, la preservación de la cultura grecorromana “Según la experiencia histórica, hasta ahora, la religión ha sido la clave de todas las culturas y civilizaciones conocidas” (...). Y muchas de las ideas que configuran Europa “son de origen cristiano o han sido reelaboradas, cernidas, tamizadas o adaptadas por el cristianismo” (Negro, 2004, 2). Que, no se olvide, es una religión y no debe confundirse de entrada con “cultura o civilización”, aunque las impregne.

Una pregunta obligada, entonces, que desencadena en cascada un inevitable torbellino: ¿Tienen vigencia hoy la Biblia o los místicos?  ¿Se sigue convirtiendo la gente? ¿En las últimas décadas, puede hablarse de una literatura en busca de Dios? Vamos por partes.

Barro para casa (la literatura hispanoamericana a la que me dedico) con un par de ejemplos del siglo XX (aunque existen amplias monografías con uno y mil títulos en débito a la Biblia): Pedro Páramo (1955), del mexicano Juan Rulfo parece un recorrido por infierno y purgatorio en busca del padre perdido (¿tal vez ese dios desconocido por el protagonista?), tras la culpa que condensa una doble tradición: la occidental bíblica y la azteca, según la cual Quetzalcoatl, uno de sus principales dioses, se embriaga y comete incesto con su hermana. Avergonzado huirá y no podrá regresar hasta la necesaria reparación. Una muestra del existencialismo francés que llega a México en esta etapa. En cuanto a Cien años de soledad (1967, la emblemática novela del colombiano Gabriel García Márquez), está diseñada con una estructura bíblica: se abre con un nuevo Génesis: el destierro de una pareja de recién casados y la fundación de Macondo (un reino, un pueblo, una comunidad… símbolo de nuestro mundo). Allí vivirán los protagonistas hasta que un viento huracanado los destruya por completo, en lo que es un imaginado Apocalipsis. Las profecías se han cumplido, la historia se ha cerrado; una historia que incluye parodias de referentes sagrados: Remedios la bella es elevada a los cielos como una nueva Virgen María…

¿Puede olvidar nuestra sociedad la belleza del Cantar de los Cantares, expresión del amor erótico de un Dios que busca con pasión a las criaturas? Las estrofas del Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz (1542-1591), escrito en la prisión hacia 1577, no dejan lugar a dudas de la herencia del Cantar de los Cantares:

 

         “¿Adónde te escondiste,

         Amado, y me dejaste con gemido?

         Como el ciervo huiste,

         Habiéndome herido;

         Salí tras ti clamando y eras ido” (…)

 

         “Entrado se ha la esposa

         En el ameno huerto deseado

         Y a su sabor reposa

         El cuello reclinado

         Sobre los dulces brazos del Amado”…

 

Más allá de la inefabilidad de la expresión mística que se vierte en balbuceos y obliga al silencio, o a buscar símbolos de gran riqueza y densidad conceptual y amorosa (Bousoño, Mancho, Luce López-Baralt…), estos versos imbuidos de un simbolismo sugerente e inagotable, impregnados de tensión y misterio, todavía hoy enganchan al lector. Incluso se reescriben desde América: el puertorriqueño Darío Carrero, publicado en Trotta y recientemente fallecido, es un buen ejemplo. Hace unos años José Jiménez Lozano, uno de nuestros grandes escritores contemporáneos y Premio Nacional de las Letras, publicó El mudejarillo (1992), ficcionalización de la aventura de san Juan de la Cruz. En el apogeo del culto a la memoria, biografías y autobiografías inundan los escaparates de las librerías comerciales. ¿Cómo no recalar en la figura del pequeño fraile, amigo de Teresa y cofundador del Carmelo renovado junto a ella?

Siguiendo con la mística, el pasado centenario de Santa Teresa ha demostrado más allá de congresos y homenajes de eruditos de todos los pelajes, el atractivo que para el gran público tiene esta mujer cuya figura y escritura apasiona también a novelistas, ansiosos de ficcionalizarla en busca de su secreto:

“Pobre Teresa! Pasarán los años, correrán los siglos y la historia religiosa de la humanidad le concederá categoría máxima, no solo porque experimentó la presencia divina, sino porque además supo contarla como nadie antes la contó. Ella en su madurez mística explicará que fue merced de Dios saber entender qué es y saberlo decir” (Javierre, 2001, 251).

 

Son palabras de José María Javierre en su libro Teresa de Jesús, aventura humana y sagrada de una mujer  (1978): como autor, dialoga con ella, la resucita para acosarla a preguntas desde una profunda empatía, como lo hará después en siglo XXI Rafael Gordon en su película Teresa, Teresa, sin tanta. No se trata solo de contar una historia peculiar (por cierto, muy bien contextualizada en la época española y universal del momento), sino de rescatar a la santa como modelo de mujer actual, a lo largo de 41 capítulos con un hilo conductor: ensalzar la vocación de las monjas de clausura:

 

 “la madre Teresa traía monjas jovencillas (…) a rezar, amar y sufrir solas y apartadas, silenciosamente. Pero no las borraba del mundo, no las escondía, qué va. Ellas están ahí cumpliendo una tarea, su papel social. Monjas al servicio de la comunidad. Quiere que la gente alrededor lo sepa: alguien piensa y ama en nombre de todos” (Javierre, 2001, 9).

 

El autor plantea un buen desafío a su lector, tan lejos hoy de esas coordenadas: “esa vocación es actual, hay una especial conexión entre la vida contemplativa y la dinámica evangelizadora” –le dice-.  El libro es una biografía espiritual de la santa, su versión de la jugada divina y humana (Dios y ella) desde dentro… Muy controvertida en su tiempo, esa monja fundadora y andariega es hoy ensalzada por muchos. Ya el IV Centenario de su muerte (1982) provocó congresos y monografías (Vega-García Luengos, en el Centro virtual Cervantes le dedica una entrada muy completa a la santa). Los críticos destacan su naturalidad narrativa: “escribió como vivió”, forzó la lengua cotidiana y habló desde la experiencia. ¿Recepción actual? Mayorga en el teatro, Clara Sanchís en poesía, Josefina Molina y Gordon en cine, Espido Freire, Juan Manuel Prada y la propia Molina en novela… entre otros. Y de repente Teresa fue la entrega de Sánchez Adalid que está hoy entre nosotros.

Paso por alto figuras y etapas en la relación cristianismo / literatura apasionantes en sí mismas y todavía hoy, como Newman y su labor en torno al Movimiento de Oxford; y las varias generaciones de conversos ingleses (Chesterton, Benson, Knox, Lewis, Tolkien…) tan bien estudiados por Pearce en su libro; no sin robarle algunas ideas a mi querido alumno y amigo José María Contreras, que escribió una magnífica tesis sobre el tema a punto de publicarse. En esa “metánoia” que es literalmente la conversión de un ser humano, caben muchas posibilidades: las “tumbativas” a lo San Pablo,  catalogables como “hechos extraordinarios”  (Claudel, García Morente…); una experiencia oscura, pero la intuición se impone: “Dios existe, yo me lo encontré –dirá Frossard- Las “racionales” (Chesterton, Lewis, Hahn), donde la honestidad del sujeto acaba aceptando la Verdad del Dios católico, no sin resistencias personales y de contexto. Porque el corazón gravita en torno a Cristo, pero sus ideas no cambian como por arte de magia.  En todos estos casos, el lector se encuentra ante el atestado de un “accidente” (la conversión con la que no se contaba), y genera un testimonio no contrastable: o lo tomas, o lo dejas. Porque el converso se enfrenta a lo que pasó (mejor, a lo que cree pasó) y así lo cuenta. Ante la llamada perentoria de un Dios amoroso el hombre solo puede responder con su vida: negarle sería el infierno.

No puedo detenerme en cada uno de los fascinantes personajes del pasado siglo XX, cuyos escritos no han envejecido. Aun así, del bloque de conversos quiero rescatar un autor, Evelyn Waugh, y una novela llevada al cine (la serie de la BBC es una joya): Retorno a Brideshead (1945). El autor (1903-1966) es londinense, hijo de un conocido editor y crítico literario: buen lector, educado en Oxford y en el ambiente del espiritualismo finisecular del XIX propio de William James y los prerrafaelitas… Poco a poco, se convierte en un cínico anticlerical con cierto pesimismo pagano y tras una crisis personal y un matrimonio frustrado, inicia una búsqueda que culmina en su conversión religiosa del anglicanismo al catolicismo (1930), a través de un firme convencimiento intelectual sin apoyo en emociones o gustos: “Yo reverencio a la Iglesia católica porque es verdad, no porque esté establecida o sea una institución. La fe es la esencia de la cosa misma” –dirá en varias ocasiones. Su conversión no cambia un carácter agresivo, tendente a rápidos cambios de humor, ni que sea un bebedor impenitente y un empedernido viajero, de cuya experiencia ha dejado su testimonio en multitud de libros de cuño autobiográfico.

Su producción de novelas es amplia (muchas traducidas en Anagrama), pero Retorno a Brideshead es especialmente interesante para hablar de cristianismo y literatura ¿Por qué? El tema de fondo, apuntado por el narrador en su prefacio, es “la influencia de la gracia en un grupo de personajes muy diferentes entre sí, aunque estrechamente relacionados” (Waugh, 2008, 11). Estamos ante una literatura de ideas, pero a la que interesa inspirar pensamientos a través de las actuaciones de los personajes, y no de un narrador explícito que nos lo destripe en plan didáctico. Es el lector quien debe extraer las consecuencias de unas memorias escritas por el protagonista, militarizado  durante la segunda guerra mundial. En su avance llegará a Brideshead, la mansión de sus íntimos amigos, y revivirá su juventud: en la primera parte, el encuentro con Sebastian en Oxford; en la segunda, las vacaciones en la mansión de su amigo, con la madre y sus hermanas Julia y Cordelia… las extrañas relaciones que entrecruzan sus vidas, la presencia del catolicismo como un dato escondido que marca la atormentada existencia de todos ellos, pendulando  entre el placer evasionista y la virtud incomprendida. La ansiosa búsqueda de la felicidad les llevará a descubrirla en lo divino, no sin un arduo sufrimiento interior cuyo sentido pone de manifiesto Cordelia en la tercera parte:

 

“Me pregunto si te acuerdas de la historia que nos leyó mamá la primera noche que Sebastian se emborrachó…; quiero decir la noche mala. El padre Brown dijo algo así como le cogí (al ladrón) con un anzuelo y una caña invisibles, lo bastante largos como para dejarle caminar hasta el fin del mundo y hacerle regresar con un tirón del hilo” (Waugh, 2008, 262).

 

Homenaje a su gran amigo Cherterton: eso es lo que hace Dios con nosotros, como pretende demostrar esta novela, a través de diálogos antológicos (como “el apasionado coloquio de Julia sobre el pecado mortal o el soliloquio de lord Marchmain en su lecho de muerte”); o de pasajes teñidos de impresionismo pictórico y focalizaciones cinematográficas… fruto de una modernidad que todavía hoy tiene su garra.

No quiero concluir sin una última reflexión: cuando hablamos de cristianismo y literatura, ¿estamos hablando solo o preferentemente de escritores católicos? Los hubo y de primera: véase François Mauriac (1885-1970), premio Nobel de literatura criado entre las Landas y Burdeos, en una familia tradicional, católica y muy ligada a la tierra. Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo… escribe textos en gran medida autobiográficos cuyo tema son las grandes pasiones humanas. Se inscribe en la tradición de los grandes escritores realistas franceses como Stendhal, Flaubert, Balzac… cuyos personajes son grandes atormentados. La pregunta se impone: ¿escritor católico o un católico que escribe novelas? Se ha dicho de él que “no hay nada más lejos del tono edificante y moralizador que estos tumultuosos relatos interiores, que estas descripciones de los abismos pascalianos del alma sin la Gracia”.

Escuchemos sus palabras: “Nudo de víboras (1932), novela católica, ilumina una verdad que durante toda mi vida he intentado demostrar e imbuir en ciertas mentes preclaras; y es el escándalo de esta monopolización del Cristo por los que no participan de su espíritu: este es, según mi parecer, el tema esencial de “Nudo de víboras” (Mauriac, 1953, 16). Aquí hay tema para más de un examen de conciencia!!!  Estamos ante una confesión en primera persona en forma de carta escrita por Louis, (viejo avaro y solitario, necesitado de amor y comprensión), a su mujer Isa; una carta interrumpida por la muerte. Interesante el juego entre la historia del presente (viejo acosado por la familia para encerrarlo en un manicomio y desposeerle de la herencia), y el relato del narrador que en su carta recuerda toda su vida. Una novela de conversión y arrepentimiento, que refleja muy bien las inseguridades y los vaivenes de un alma (“Soy lo que soy… sería necesario convertirme en otro… Oh Dios, Dios, si Tu existieras!”…

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Entramos en la recta final de la conferencia, vamos al hoy y ahora. ¿Ha desaparecido Dios de la literatura?

De entrada habría que admitir que no se escriben novelas como las de E. Waugh o Mauriac… Hay quien dice que Dios ha desaparecido de nuestra literatura porque lo ha hecho en gran medida de nuestro mundo postmoderno… No es exactamente así: más bien quedaron atrás los Siglos de Oro imbuidos de mística, o los existencialismos con la rebeldía  y / o la búsqueda desgarrada de un Bernanos, Unamuno o los citados Waugh y Mauriac…  Pero el ser humano, más despistado que nunca en un mundo al que podría aplicársele la metáfora de la Noche oscura del pequeño carmelita, sigue interesado por esos temas… ¿Ejemplos? Bestseller narrativos como Blanca como la nieve, roja como la sangre (2010, de Alessandro d´Avenia, llevada al cine en 2013; o El despertar de la señorita Prim (2013), de Natalia Sanmartin Fenollera,  demuestran que se puede hacer una literatura asequible y de calidad, reescribiendo La vita Nuova de Dante, en el primer caso, o Newman y unos cuantos clásicos, en el segundo. Y todo ello sin buenismos, manteniendo el slogan “a la ética por la estética”.

De hecho, un rastreo puntual y no exhaustivo dejaría algunos títulos interesantes: El Evangelio según el hijo, de Norman Mailer, en la que Cristo narra su aventura con fidelidad evangélica aunque con óptica muy humana, llena de dudas y humor; El Evangelio según van Hutten (1999), del argentino Abelardo Castillo, thriller sobre los orígenes esenios de las primeras comunidades cristianas, según él, escondidos por la Iglesia; La puerta de la misericordia (2002), del uruguayo Tomás de Mattos, una excelente visión del mundo cotidiano de los seguidores de Jesus, escrita con garra y fidelidad bíblica; La vida después de Dios (1997, Ediciones B), de Douglas Coupland, conjunto de reflexiones, relatos o entradas de diario del protagonista. O La carretera (2006), una novela ganadora de un Pulitzer y escrita por el norteamericano Mc Carthy, visión apocalíptica y postmoderna de un padre y un hijo, caminantes hacia una dudosa salvación tras una debacle nuclear, cuestionándose todo. Como telón de fondo, la ausencia de Dios, la nostalgia del paraíso perdido… Desde otro ángulo y otro formato, el mismo Mc Carthy profundiza en el tema de Dios en  El Sunset limited (2013, Mondadori), una batalla dialéctica sobre la condición humana entre un negro desharrapado y aún así creyente, y un profesor universitario triunfador, blanco aunque desesperanzado. Y conectando con el hoy/ ahora podría citar Omega 666. El planeta gris (1996), del argentino Juan Luis Gallardo que voy a presentar a las siete y media en la Fundación Madariaga. Una distopía en la que se aceleran las disfunciones de nuestro mundo (contracepción, aborto, increencia…) hasta el punto de necesitar un nuevo comienzo, similar al de las primeras comunidades cristianas. Diría “no se lo pierdan”, si no fuera porque Sánchez Adalid viene a continuación y, a fe que merece la pena. Pero léanlo, porque es apasionante. Como lo es la novela El don de la fiebre (2018), del español Mario Cuenca Sandoval publicada recientemente por Planeta…Y no sigo con la relación porque empieza a parecer un mar sin orillas.

Hay que terminar y quedan demasiadas cuestiones en el tintero que deberán esperar a futuros análisis. Hablamos de novela en relación a Dios… Yo diría que en este mundo desacralizado en el que parece no ser tema de moda Dios se ha refugiado en dos reductos: la poesía y sobre todo, el testimonio de conversos. Dejo a un lado lo primero para centrarme en la literatura de y sobre conversos,  un auténtico boom en un momento en que las escrituras del yo (autobiografías, memorias diarios…) están de moda como nuevo género literario. ¿Literatura o hagiografía? Dependerá de la calidad de los textos y el punto de vista del narrador, que va en primera persona como testigo insoslayable. Sea como fuere, si uno accede a Wikipedia, encontrará una inmensa lista ordenada alfabéticamente en la que pueden naufragar los ingenuos. Por ello, les recomiendo dejarse guiar: encontrarán en red el proyecto Dios en la literatura contemporánea, un proyecto de investigación y de creación literaria, multidisciplinar e interuniversitario, liderado por el profesor Antonio Barnés, que ya organizó dos congresos centrados en “Dios en los textos” y tiene anunciado un tercero para octubre del 2019, además de múltiples conferencias, mesas redondas… Como muestra un botón, la video-conferencia Cartografía literaria de Dios del 12, diciembre del 2017. Mantiene también un blog… No lo duden, es una auténtica mina sobre este asunto.

Otra posibilidad online es acceder a la Via pulcritudinis, del Pontificio Consejo para la Cultura que también presenta un listado de obras y autores fundamentales para la literatura cristiana. Les dejo tarea entonces, buceen en la red y elijan bien, en consecuencia. Y siempre, como telón de fondo la apasionante Carta de Juan Pablo II a los artistas. Porque Dios también puede buscarse en las artes contemporáneas… con dificultad en ocasiones, aun así un reto que merece la pena.

Volvamos brevemente a los testimonios de conversos: en este sentido, resulta muy actual la aventura del matrimonio Hahn, presbiterianos de Estados Unidos,  narrada en Roma dulce hogar. Nuestro camino al catolicismo (1993). Es un relato de conversión desde la doble óptica de marido y mujer. Scott la define como una historia de detectives, que degenera en relato de terror para llegar al final feliz: un romance con Cristo y su Iglesia. Arranca del rechazo de lo que consideran “errores” católicos” (La Virgen, la infalibilidad del Papa…) para descubrir que:

“para mi desconcierto y frustración, la Iglesia católica romana, a la que yo combatía, empezaba a aportar las respuestas correctas, una tras otra. Después de algunos casos más, la cosa empezó a resultar escalofriante” (Hahn, 2014, 62).

El matrimonio, apostólico a tope, formado paralelamente en un seminario, se tambalea. El relato del drama tiene momentos divertidos: ante lo irremediable de la conversión debida a la coherencia doctrinal de Scott, Kimberly va proponiendo lo que considera menos malo: “¿no podríamos hacernos episcopalianos?” (Hahn, 2014, 76). Hasta que, pasado el tiempo, confiesa a su marido: “Dios me está llamando a entrar en la Iglesia católica”… Las consecuencias a corto plazo son duras (pérdida de trabajo, de amigos, de seguridades…). En una época desgraciadamente cuajada de persecuciones a los católicos por todo el planeta (y aquí podrían citarse libros sobrecogedores), el testimonio de un matrimonio comprometido hasta la médula, te agarra y te cuestiona: ¿cómo vivo mi fe y mi relación con Jesucristo?

Con ojos nuevos es un relato muy distinto de una mujer joven de la nobleza romana, Alessandra Borghese, laica y frívola que, en un determinado momento y por medio de una amiga, reencuentra la fe en la que se educó. “Durante largos años he buscado respuestas tirándome de cabeza a la vida” –dirá en el prólogo- porque “pertenecer a una clase privilegiada, poseer medios, ser de estirpe aristocrática, tener cultura y alcanzar éxitos profesionales puede parecer decisivo pero… en absoluto es así, si no tienes ese sutil rayo de Luz que te indica el camino”. La angustia reinaba en el corazón de quien alimentaba prejuicios contra la fe cristiana, era en verdad frágil y estaba sustancialmente sola, como todos los que excluyen a Dios de su vida. Lo descubrirá paulatinamente, en un camino hacia la paz y la alegría, el camino de la conversión que ocupa el prólogo, con referencias a la también conversión del editor Mondadori, amigo de Messori, otro converso… Después, en un flashback, vuelve atrás para narrar su vida que culmina en ese momento en que “experimenté un enorme consuelo, sentí que renacía. Descubrí, con una alegría que ni de lejos consigo describir, que Dios estaba allí para mí, para acogerme y ofrecerme su ayuda”. Lo demás será consecuencia de ese descubrimiento.

Conversos europeos o, al menos, de ascendiente cristiano. La bibliografía al respecto es amplísima, también como bibliografía secundaria, es decir, los estudios sobre el tema. Cito solo uno recién salido del horno,  Conversos buscadores de Dios. 12 historias de fe de los siglos XX y XXI (2019), de Pablo J, Ginés, que condensa en breves páginas la conversión de personajes super mediáticos de siglo XX, arrancando con Gary Cooper.

Otro mundo es el de los conversos de otras religiones, especialmente del Islam. Elijo dos: Defendiendo a Alá llegué a Jesús. Las razones de mi conversión (2017), de Nabel Qureshi es el relato de un paquistaní emigrado con su familia a Estados Unidos, un islamista convencido y devoto que poco a poco descubrirá la alternativa del cristianismo. El precio a pagar ((2017), de Joseph Fadelle es el corto pero aterrador relato de un irakí, musulmán convencido que, de manera tumbativa descubre al Señor al confrontar el Corán con los Evangelios. ¿El resultado? La intransigencia familiar y la sharia o ley islámica condena a muerte al converso y a quienes le reciban, en este caso, los cristianos que viven su religión casi en las catacumbas. La espectacular y complejísima huida a Francia convive con la amargura del converso a quien cuesta perdonar la condena a muerte dictada contra él por su propia familia de sangre. En ambos destaca la honradez de la búsqueda y la solidez de una fe recién adquirida que les lleva a enfrentarse a lo más querido y al exilio.

En conclusión: Dios sigue interesando y eso se plasma en la literatura:y me permito señalar un último bestseller narrativo, la novela Sumisión (2015), de Michel Houellebecq traducida por Anagrama. Lo hago porque es una mirada ¿profética? a una Francia convertida totalmente al Islam que se ha impuesto incluso en las esferas del poder. ¿Qué pasaría si esto llegara a ser una realidad? Bajo la forma del diario de un profesor universitario descubrimos que una sociedad descristianizada y sin valores como la nueva puede, a corto plazo, caer sin resistencia en las redes de una religión mucho más fanática y capaz de ofrecer la vida por sus ideas.

La literatura sobre Dios interesa: ¿otro ejemplo que viene de Francia? El inusitado éxito de Fabrice Hadjadj, converso del Islam él mismo, en libros como La fe de los demonios (2014) o Tenga Ud éxito en su muerte (Anti método para vivir) (2011) redactados con altura apologética, junto al desenfado de quien vive según esa ya vieja fórmula de 1928 refrendada por el Vaticano II: “ser contemplativos en medio del mundo”. Últimas noticias del hombre (y de la mujer), traducido por Enrique García Máiquez para la editorial Homo Legens (2018) es, por ahora su última entrega.

¿Un ejemplo todavía más cercano?  ¿Alguien entiende a Dios?  Escrito por Javier Hernández Pacheco en 2014, son “reflexiones sobre el Catecismo de un catedrático de filosofía, un catedrático de universidad que no ha olvidado un axioma fundamental: “¡que no sucumba la Estética ante una Ética malentendida!”. Por eso su ensayo está fantásticamente bien escrito, es ágil e inteligente, teñido de sano humor. Mucho más interesante que el último bestseller de Harari.

Porque somos laicos y el “quedeme y olvideme” propio de los cartujos es un milagro que solo consiguen unos pocos privilegiados. Aun así, no deja de ser paradójico que todavía hoy se proponga conectar con la Palabra desde el silencio (cfr. el último libro del Cardenal Sarah, La fuerza del silencio. Frente a la dictadura del ruido (2017), o el documental sobre la Gran Cartuja). Por cierto, es apasionante la aventura del cardenal Sarah entrevistado en Dios o nada (2015), o de cómo un desharrapadillo analfabeto de un poblado africano llega a Prefecto de la congregación para el culto divino (léenla!)…

No deja de ser paradójico también que se elija a las comunidades benedictinas de la Edad Media como paradigma de lo que debería ser la educación de la familia en el mundo actual, un reducto que insufle la fe a nuestros jóvenes en un mundo aparentemente sin valores.  Me refiero a La opción benedictina. Una estrategia para los cristianos en una sociedad poscristiana (2018), que nos llega de Estados Unidos de la mano de Rod Dreher y publica Encuentro. Ejemplos todos ellos de que la literatura, en el sentido amplio del término en absoluto constreñido a la novela como en épocas anteriores, sigue abriéndose paso y siendo fecundada por el cristianismo tras 2000 años de civilización occidental.

Muchas gracias.

 

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