¿HA
DESAPARECIDO DIOS DE NUESTRA LITERATURA?
María Caballero
Catedrática de Literatura Hispanoamericana
Universidad de Sevilla
Literatura del siglo XX
y cristianismo fue el título de un libro emblemático
para mi generación… Un libro codiciado por quienes, como yo, la mayor de doce
hermanos recién llegada a la universidad, no podíamos ni soñar adquirir, pero
de esos que permanecen en el imaginario. Un libro en 6 vols. escrito en francés
(1953) por Charles Moeller (1912), y
cuya traducción (1963) le supuso un premio del Gobierno belga al eminente
catedrático de griego Valentín García Yebra. Allí se desplegaba ante los ojos
del lector todo un mundo de apasionantes preguntas, problemas, dudas… en torno a los grandes
nombres contemporáneos: “El silencio de Dios”, vol I (Camus, Gide, Huxley,
Simone Weil, Graham Greene, Julien Green, Bernanos); “La fe en Jesucristo”,
vol. II (Sartre, H. James…); “La esperanza humana”, vol. III (Malraux, Kafka,
Maulner, F. Sagan…; “La esperanza en Dios nuestro Padre”, vol. IV (Ana Frank,
Unamuno, G. Marcel, Péguy…); “Amores humanos”, vol. V (Bertolt Brecht,
Saint-Exupéry, Simone de Beauvoir, Valery, Sant-John Perse…); “Exilio y
regreso”, vol VI (Marguerite Duras, Ingmar Bergman, Valery Larbaud, F. Mauriac,
Sigrid Unset, Gertrud le Fort)… etc.
No sé si alguien sería hoy capaz de semejante proeza, valorar en su calado ontológico además de literario, la escritura de tantos y tan grandes autores, incluidos varios premios Nobel. Me inquieta más plantearme si en los últimos setenta/ ochenta años los seres humanos han escrito algo semejante, más aun si han sido capaces de vivir su existencia con tanta hondura. Respecto a lo primero, diría que “el hombre es hombre gracias al lenguaje, gracias a la metáfora original que le hizo ser otro y lo separó del mundo natural” (Paz, 1983: 34)… El poeta, que todavía en el romanticismo se consideraba puente hacia la divinidad, que era el traductor hacia el resto de los mortales de ese libro de Dios plasmado en la naturaleza, se rebela ¡nuevo Lucifer! y declara concluida su labor de copista. La crisis finisecular del XIX (modernismos, decadentismos…) introduce la duda metafísica, tan bien plasmada en el poema Lo fatal, de Cantos de vida y esperanza (Rubén Darío, pecador y arrepentido, nuevo Lope de Vega que, por cierto, tiene a Dios muy presente en su poesía):
“Dichoso
aquel que es apenas sensitivo,
Y
más la piedra dura porque ésa ya no siente,
Pues
no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
Ni
mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser,
y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
Y
el temor de haber sido y un futuro terror…
Y
el espanto seguro de estar mañana muerto,
Y
sufrir por la vida y por la sombra y por
Lo
que no conocemos y apenas sospechamos,
Y
la carne que tienta con sus frescos racimos,
Y
la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
Y
no saber adónde vamos,
Ni
de dónde venimos!” (Darío, 1995: 466).
El tono es nostálgico,
de despedida de seguridades y valores que han sostenido durante siglos al ser
humano. Estamos ante las consecuencias de la consabida proclamación de la
muerte de Dios por parte de Nietzsche y algunos otros. Y de cuestiones
históricas más complejas, bien conocidas en las que no entro ahora. A partir de
la década de 1910 y la tragedia de la primera guerra mundial, un nuevo siglo
mucho más desacralizado se abre paso. En él triunfan las vanguardias
artísticas: la poesía es el nuevo sagrado, sustituye a la religión –ha dicho el
poeta, ensayista y Nobel mexicano Octavio Paz-.
. Y llegado este
momento de la conferencia, mi hija, profesora de Filología en la UNIR y poeta,
me insistiría: “¡mamá, lluvia de ideas!
Que sinteticen lo que vas a desarrollar, si no la gente se pierde… Ahí van:
ante la pregunta, ¿qué aportó el
cristianismo a la literatura occidental? surgen múltiples respuestas: La Biblia, cantera literaria para todos
los tiempos; la mística, puente
indestructible entre Dios y los hombres; la literatura de los conversos, desde san Agustín hasta la
princesa Borghese, pasando por Claudel, Frossard, García Morente, Hahn…; la literatura apologética que dio grandes
ensayos y también novelas, a veces obra de conversos: Fabiola, del cardenal Wiseman; Apologia
pro vita sua (ensayo) y Perder y ganar (novela autobiográfica),
doble testimonio de la conversión de Newman, que además nos ha legado una
amplia colección de sermones; los
múltiples y excelentes relatos de Lewis, Chesterton, E. Waugh… Pero el
cristianismo aportó mucho más, por ejemplo,
el tema de Dios en la novela
del siglo XX: S. Undset, H. Haase, Vintila Horia, Mauriac…, con un importante
apartado sobre el mal, ese escollo
de todos los tiempos que bordan Dostoiewski
o Hanah Arendt… Y cuando parece que hoy Dios ya no interesa a los
escritores, encontramos en la novela
postmoderna, una cierta nostalgia del Dios perdido. Sucede algo semejante
con la poesía religiosa, veta
escondida que, como nuevo Guadiana, aflora en excelentes escritores: Gerardo
Diedo, J. Mª Pemán, E. de Champourcín, republicana y mujer del 27, Dámaso
Alonso… y en generaciones mucho más cercanas a nosotros Miguel D´Ors, J.J.
Cabanillas, Carmelo Guillén… Como
muestra un botón: la antología Dios en la
poesía actual (2018), recientemente editada por los dos poetas que acabo de
citar, en voluntaria continuidad y carrera de relevos con la que en 1970
preparara para la BAC Ernestina de Champourcín, poeta del 27 y republicana
exilada en México.
Habría mucho que
hablar, porque si el monumental libro de Charles Moeller es una mina inagotable
que permite a los profesores cubrir varios cursos académicos, con la presencia
o ausencia divina en los textos, el tema que nos reúne lo rebasa y va más allá.
No se asusten, no caeré en esa tentación... Unas simples calas deberían
perfilar mi objetivo hoy:
estimularles el apetito, intrigarles
para que se abalancen a leer o releer unos libros que sin duda les
abrirán horizontes en busca de respuestas a las grandes inquietudes… Aquellas que
como seres únicos e irrepetibles debemos
resolver uno a uno, sabiendo eso sí, que nos unen al resto de la humanidad.
Algo que el poeta argentino Borges supo plasmar desde sus 24 años: en el
trasfondo de su poesía, en sus ensayos, en sus relatos están las preguntas por
el sentido del hombre, del mundo, de Dios a pesar de su proclamado
agnosticismo. “Borges se cree autorizado
a llamar a juicio al Dios cristiano para imputarle los males del mundo y
condenarle, llegado el caso, a la pena
de inexistencia” - dice Arana en El
centro del laberinto… un libro excelente sobre las claves filosóficas del
argentino (1994: 83)-. Si a algún gremio se afilia el escritor argentino es al
de quienes de antemano rechazan lo sobrenatural. “Borges, usando un vocablo que
le gusta ha fatigado la historia de las religiones, los catálogos de sectas y
herejías, las antologías filosóficas y las recopilaciones de mitos, sin
encontrar una creencia en la que pueda reconocerse, un Dios en el que su espíritu
fuera capaz de reposar” (Arana, 1994: 99). A pesar de lo cual dice en su poema
Xto en la cruz”: “no veo/ y seguiré buscándolo hasta el día / último de mis
pasos por la tierra”. Y así fue: Dios presente hasta en su lecho de muerte
–según testimonia su viuda, María Kodama- en una anécdota que nos contó hace
años en Viena: pidió un pastor protestante y un cura católico y con ellos se
encerró para seguir buscando… Impresionante.
Darío y Borges, dos
clásicos de la literatura hispanoamericana que en absoluto se desligan del Dios
cristiano. Y es que ¿cómo podría
entender nuestra civilización europea sus claves culturales (arte, literatura…
incluso cine) si prescinde de su historia religiosa? Podemos rastrear
figuras e historias bíblicas en escritores de todos los tiempos: Dante,
Baudelaire, Goethe, Milton, Lord Byron… pero también el teatro misionero, los
autos sacramentales y la poesía de los Siglos de Oro (Calderón y Lope…). Entre
nosotros corren libros acerca de Lo que
Europa debe al cristianismo (Negro, 2004), o Cómo la
Iglesia construyó la civilización occidental
(Woods, 2010), que no hacen sino recordarnos a nivel de divulgación
la labor de los monjes en los monasterios, la construcción de las
universidades, la preservación de la cultura grecorromana “Según la experiencia
histórica, hasta ahora, la religión ha sido la clave de todas las culturas y
civilizaciones conocidas” (...). Y muchas de las ideas que configuran Europa
“son de origen cristiano o han sido reelaboradas, cernidas, tamizadas o
adaptadas por el cristianismo” (Negro, 2004, 2). Que, no se olvide, es una
religión y no debe confundirse de entrada con “cultura o civilización”, aunque
las impregne.
Una
pregunta obligada, entonces, que desencadena en cascada un inevitable
torbellino: ¿Tienen vigencia hoy la Biblia o los místicos? ¿Se sigue convirtiendo la gente? ¿En las
últimas décadas, puede hablarse de una literatura en busca de Dios?
Vamos por partes.
Barro para casa (la
literatura hispanoamericana a la que me dedico) con un par de ejemplos del
siglo XX (aunque existen amplias monografías con uno y mil títulos en débito a
la Biblia): Pedro Páramo (1955), del
mexicano Juan Rulfo parece un recorrido por infierno y purgatorio en busca del
padre perdido (¿tal vez ese dios desconocido por el protagonista?), tras la
culpa que condensa una doble tradición: la occidental bíblica y la azteca,
según la cual Quetzalcoatl, uno de sus principales dioses, se embriaga y comete
incesto con su hermana. Avergonzado huirá y no podrá regresar hasta la necesaria
reparación. Una muestra del existencialismo francés que llega a México en esta
etapa. En cuanto a Cien años de soledad (1967,
la emblemática novela del colombiano Gabriel García Márquez), está diseñada con
una estructura bíblica: se abre con un nuevo Génesis: el destierro de una
pareja de recién casados y la fundación de Macondo (un reino, un pueblo, una
comunidad… símbolo de nuestro mundo). Allí vivirán los protagonistas hasta que
un viento huracanado los destruya por completo, en lo que es un imaginado Apocalipsis.
Las profecías se han cumplido, la historia se ha cerrado; una historia que
incluye parodias de referentes sagrados: Remedios la bella es elevada a los
cielos como una nueva Virgen María…
¿Puede olvidar nuestra
sociedad la belleza del Cantar de los Cantares, expresión
del amor erótico de un Dios que busca con pasión a las criaturas? Las estrofas
del Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz (1542-1591),
escrito en la prisión hacia 1577, no dejan lugar a dudas de la herencia del Cantar de los Cantares:
“¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
Habiéndome herido;
Salí tras ti clamando y eras ido” (…)
“Entrado se ha la esposa
En el ameno huerto deseado
Y a su sabor reposa
El cuello reclinado
Sobre los dulces brazos del Amado”…
Más allá de la
inefabilidad de la expresión mística que se vierte en balbuceos y obliga al
silencio, o a buscar símbolos de gran riqueza y densidad conceptual y amorosa
(Bousoño, Mancho, Luce López-Baralt…), estos versos imbuidos de un simbolismo
sugerente e inagotable, impregnados de tensión y misterio, todavía hoy
enganchan al lector. Incluso se reescriben desde América: el puertorriqueño
Darío Carrero, publicado en Trotta y recientemente fallecido, es un buen
ejemplo. Hace unos años José Jiménez
Lozano, uno de nuestros grandes escritores contemporáneos y Premio Nacional
de las Letras, publicó El mudejarillo
(1992), ficcionalización de la aventura de san Juan de la Cruz. En el apogeo
del culto a la memoria, biografías y autobiografías inundan los escaparates de
las librerías comerciales. ¿Cómo no recalar en la figura del pequeño fraile,
amigo de Teresa y cofundador del Carmelo renovado junto a ella?
Siguiendo con la mística, el pasado centenario de Santa
Teresa ha demostrado más allá de congresos y homenajes de eruditos de todos los
pelajes, el atractivo que para el gran público tiene esta mujer cuya figura y
escritura apasiona también a novelistas, ansiosos de ficcionalizarla en busca
de su secreto:
“Pobre Teresa! Pasarán
los años, correrán los siglos y la historia religiosa de la humanidad le
concederá categoría máxima, no solo porque experimentó
la presencia divina, sino porque además
supo contarla como nadie antes la
contó. Ella en su madurez mística explicará que fue merced de Dios saber
entender qué es y saberlo decir” (Javierre, 2001, 251).
Son palabras de José
María Javierre en su libro Teresa de
Jesús, aventura humana y sagrada de una mujer
(1978): como autor, dialoga con ella, la resucita para acosarla a
preguntas desde una profunda empatía, como lo hará después en siglo XXI Rafael
Gordon en su película Teresa, Teresa,
sin tanta. No se trata solo de contar una historia peculiar (por cierto, muy
bien contextualizada en la época española y universal del momento), sino de
rescatar a la santa como modelo de mujer actual, a lo largo de 41 capítulos con
un hilo conductor: ensalzar la vocación de las monjas de clausura:
“la madre Teresa traía monjas jovencillas (…)
a rezar, amar y sufrir solas y apartadas, silenciosamente. Pero no las borraba
del mundo, no las escondía, qué va. Ellas están ahí cumpliendo una tarea, su papel social. Monjas al servicio de la
comunidad. Quiere que la gente alrededor lo sepa: alguien piensa y ama en
nombre de todos” (Javierre, 2001, 9).
El autor plantea un
buen desafío a su lector, tan lejos hoy de esas coordenadas: “esa vocación es
actual, hay una especial conexión entre la vida contemplativa y la dinámica
evangelizadora” –le dice-. El libro es
una biografía espiritual de la santa, su versión de la jugada divina y humana
(Dios y ella) desde dentro… Muy controvertida en su tiempo, esa monja fundadora
y andariega es hoy ensalzada por muchos. Ya el IV Centenario de su muerte
(1982) provocó congresos y monografías (Vega-García Luengos, en el Centro virtual
Cervantes le dedica una entrada muy completa a la santa). Los críticos destacan su naturalidad narrativa: “escribió como
vivió”, forzó la lengua cotidiana y habló desde la experiencia. ¿Recepción
actual? Mayorga en el teatro, Clara Sanchís en poesía, Josefina Molina y Gordon
en cine, Espido Freire, Juan Manuel Prada y la propia Molina en novela… entre
otros. Y de repente Teresa fue la
entrega de Sánchez Adalid que está hoy entre nosotros.
Paso por alto figuras y
etapas en la relación cristianismo / literatura apasionantes en sí mismas y
todavía hoy, como Newman y su labor en
torno al Movimiento de Oxford; y las varias generaciones de conversos ingleses (Chesterton, Benson,
Knox, Lewis, Tolkien…) tan bien estudiados por Pearce en su libro; no sin
robarle algunas ideas a mi querido alumno y amigo José María Contreras, que
escribió una magnífica tesis sobre el tema a punto de publicarse. En esa “metánoia”
que es literalmente la conversión de un ser humano, caben muchas posibilidades:
las “tumbativas” a lo San Pablo,
catalogables como “hechos extraordinarios” (Claudel, García Morente…); una experiencia
oscura, pero la intuición se impone: “Dios existe, yo me lo encontré –dirá
Frossard- Las “racionales” (Chesterton, Lewis, Hahn), donde la honestidad del
sujeto acaba aceptando la Verdad del Dios católico, no sin resistencias
personales y de contexto. Porque el corazón gravita en torno a Cristo, pero sus
ideas no cambian como por arte de magia.
En todos estos casos, el lector se encuentra ante el atestado de un
“accidente” (la conversión con la que no se contaba), y genera un testimonio no
contrastable: o lo tomas, o lo dejas. Porque el converso se enfrenta a lo que
pasó (mejor, a lo que cree pasó) y así lo cuenta. Ante la llamada perentoria de
un Dios amoroso el hombre solo puede responder con su vida: negarle sería el
infierno.
No puedo detenerme en
cada uno de los fascinantes personajes del pasado siglo XX, cuyos escritos no
han envejecido. Aun así, del bloque de conversos quiero rescatar un autor, Evelyn Waugh, y una novela llevada al
cine (la serie de la BBC es una joya): Retorno
a Brideshead (1945). El autor (1903-1966) es londinense, hijo de un conocido
editor y crítico literario: buen lector, educado en Oxford y en el ambiente del
espiritualismo finisecular del XIX propio de William James y los
prerrafaelitas… Poco a poco, se convierte en un cínico anticlerical con cierto
pesimismo pagano y tras una crisis personal y un matrimonio frustrado, inicia
una búsqueda que culmina en su conversión religiosa del anglicanismo al
catolicismo (1930), a través de un firme convencimiento intelectual sin apoyo
en emociones o gustos: “Yo reverencio a la Iglesia católica porque es verdad,
no porque esté establecida o sea una institución. La fe es la esencia de la
cosa misma” –dirá en varias ocasiones. Su conversión no cambia un carácter
agresivo, tendente a rápidos cambios de humor, ni que sea un bebedor impenitente
y un empedernido viajero, de cuya experiencia ha dejado su testimonio en
multitud de libros de cuño autobiográfico.
Su producción de
novelas es amplia (muchas traducidas en Anagrama), pero Retorno a Brideshead es especialmente interesante para hablar de
cristianismo y literatura ¿Por qué? El tema de fondo, apuntado por el narrador
en su prefacio, es “la influencia de la gracia en un grupo de personajes muy
diferentes entre sí, aunque estrechamente relacionados” (Waugh, 2008, 11).
Estamos ante una literatura de ideas, pero a la que interesa inspirar
pensamientos a través de las actuaciones de los personajes, y no de un narrador
explícito que nos lo destripe en plan didáctico. Es el lector quien debe
extraer las consecuencias de unas memorias escritas por el protagonista,
militarizado durante la segunda guerra
mundial. En su avance llegará a Brideshead, la mansión de sus íntimos amigos, y
revivirá su juventud: en la primera parte, el encuentro con Sebastian en
Oxford; en la segunda, las vacaciones en la mansión de su amigo, con la madre y
sus hermanas Julia y Cordelia… las extrañas relaciones que entrecruzan sus
vidas, la presencia del catolicismo como un dato escondido que marca la
atormentada existencia de todos ellos, pendulando entre el placer evasionista y la virtud
incomprendida. La ansiosa búsqueda de la felicidad les llevará a descubrirla en
lo divino, no sin un arduo sufrimiento interior cuyo sentido pone de manifiesto
Cordelia en la tercera parte:
“Me pregunto si te
acuerdas de la historia que nos leyó mamá la primera noche que Sebastian se
emborrachó…; quiero decir la noche mala. El padre Brown dijo algo así como le cogí (al ladrón) con un anzuelo y una
caña invisibles, lo bastante largos como para dejarle caminar hasta el fin del
mundo y hacerle regresar con un tirón del hilo” (Waugh, 2008, 262).
Homenaje a su gran
amigo Cherterton: eso es lo que hace Dios con nosotros, como pretende demostrar
esta novela, a través de diálogos antológicos (como “el apasionado coloquio de
Julia sobre el pecado mortal o el soliloquio de lord Marchmain en su lecho de
muerte”); o de pasajes teñidos de impresionismo pictórico y focalizaciones
cinematográficas… fruto de una modernidad que todavía hoy tiene su garra.
No quiero concluir sin
una última reflexión: cuando hablamos de cristianismo
y literatura, ¿estamos hablando solo o preferentemente de escritores católicos? Los hubo y de
primera: véase François Mauriac
(1885-1970), premio Nobel de literatura criado entre las Landas y Burdeos, en
una familia tradicional, católica y muy ligada a la tierra. Poeta, narrador,
ensayista, dramaturgo… escribe textos en gran medida autobiográficos cuyo tema
son las grandes pasiones humanas. Se inscribe en la tradición de los grandes
escritores realistas franceses como Stendhal, Flaubert, Balzac… cuyos
personajes son grandes atormentados. La pregunta se impone: ¿escritor católico o un católico que escribe
novelas? Se ha dicho de él que “no hay nada más lejos del tono edificante y
moralizador que estos tumultuosos relatos interiores, que estas descripciones
de los abismos pascalianos del alma sin la Gracia”.
Escuchemos sus
palabras: “Nudo de víboras (1932),
novela católica, ilumina una verdad que durante toda mi vida he intentado
demostrar e imbuir en ciertas mentes preclaras; y es el escándalo de esta
monopolización del Cristo por los que no participan de su espíritu: este es,
según mi parecer, el tema esencial de “Nudo de víboras” (Mauriac, 1953, 16). Aquí hay tema para más de un examen de
conciencia!!! Estamos ante una confesión
en primera persona en forma de carta escrita por Louis, (viejo avaro y
solitario, necesitado de amor y comprensión), a su mujer Isa; una carta
interrumpida por la muerte. Interesante el juego entre la historia del presente
(viejo acosado por la familia para encerrarlo en un manicomio y desposeerle de
la herencia), y el relato del narrador que en su carta recuerda toda su vida.
Una novela de conversión y arrepentimiento, que refleja muy bien las
inseguridades y los vaivenes de un alma (“Soy lo que soy… sería necesario
convertirme en otro… Oh Dios, Dios, si Tu existieras!”…
……………………………………………………………
Entramos
en la recta final de la conferencia, vamos al hoy y ahora. ¿Ha desaparecido
Dios de la literatura?
De entrada habría que
admitir que no se escriben novelas como las de E. Waugh o Mauriac… Hay quien
dice que Dios ha desaparecido de nuestra literatura porque lo ha hecho en gran
medida de nuestro mundo postmoderno… No es exactamente así: más bien quedaron atrás
los Siglos de Oro imbuidos de mística, o los existencialismos con la
rebeldía y / o la búsqueda desgarrada de
un Bernanos, Unamuno o los citados Waugh y Mauriac… Pero el ser humano, más despistado que nunca
en un mundo al que podría aplicársele la metáfora de la Noche oscura del pequeño carmelita, sigue interesado por esos
temas… ¿Ejemplos? Bestseller narrativos como Blanca como la nieve, roja como la sangre (2010, de Alessandro
d´Avenia, llevada al cine en 2013; o El
despertar de la señorita Prim (2013), de Natalia Sanmartin Fenollera, demuestran que se puede hacer una literatura
asequible y de calidad, reescribiendo La
vita Nuova de Dante, en el primer caso, o Newman y unos cuantos clásicos,
en el segundo. Y todo ello sin buenismos, manteniendo el slogan “a la ética por
la estética”.
De hecho, un rastreo
puntual y no exhaustivo dejaría algunos títulos interesantes: El Evangelio según el hijo, de Norman
Mailer, en la que Cristo narra su aventura con fidelidad evangélica aunque con
óptica muy humana, llena de dudas y humor; El
Evangelio según van Hutten (1999), del argentino Abelardo Castillo,
thriller sobre los orígenes esenios de las primeras comunidades cristianas,
según él, escondidos por la Iglesia; La
puerta de la misericordia (2002), del uruguayo Tomás de Mattos, una
excelente visión del mundo cotidiano de los seguidores de Jesus, escrita con
garra y fidelidad bíblica; La vida
después de Dios (1997, Ediciones B), de Douglas Coupland, conjunto de
reflexiones, relatos o entradas de diario del protagonista. O La carretera (2006), una novela ganadora
de un Pulitzer y escrita por el norteamericano Mc Carthy, visión apocalíptica y
postmoderna de un padre y un hijo, caminantes hacia una dudosa salvación tras
una debacle nuclear, cuestionándose todo. Como telón de fondo, la ausencia de
Dios, la nostalgia del paraíso perdido… Desde otro ángulo y otro formato, el
mismo Mc Carthy profundiza en el tema de Dios en El Sunset
limited (2013, Mondadori), una batalla dialéctica sobre la condición humana
entre un negro desharrapado y aún así creyente, y un profesor universitario
triunfador, blanco aunque desesperanzado. Y conectando con el hoy/ ahora podría
citar Omega 666. El planeta gris
(1996), del argentino Juan Luis Gallardo que voy a presentar a las siete y media
en la Fundación Madariaga. Una distopía en la que se aceleran las disfunciones
de nuestro mundo (contracepción, aborto, increencia…) hasta el punto de
necesitar un nuevo comienzo, similar al de las primeras comunidades cristianas.
Diría “no se lo pierdan”, si no fuera porque Sánchez Adalid viene a
continuación y, a fe que merece la pena. Pero léanlo, porque es apasionante.
Como lo es la novela El don de la fiebre
(2018), del español Mario Cuenca
Sandoval publicada recientemente por Planeta…Y no sigo con la relación porque
empieza a parecer un mar sin orillas.
Hay
que terminar y
quedan demasiadas cuestiones en el tintero que deberán esperar a futuros
análisis. Hablamos de novela en relación a Dios… Yo diría que en este mundo
desacralizado en el que parece no ser tema de moda Dios se ha refugiado en dos
reductos: la poesía y sobre todo, el testimonio de conversos. Dejo a un lado lo
primero para centrarme en la literatura
de y sobre conversos, un auténtico boom en
un momento en que las escrituras del yo (autobiografías, memorias diarios…)
están de moda como nuevo género literario. ¿Literatura o hagiografía? Dependerá
de la calidad de los textos y el punto de vista del narrador, que va en primera
persona como testigo insoslayable. Sea como fuere, si uno accede a Wikipedia,
encontrará una inmensa lista ordenada alfabéticamente en la que pueden
naufragar los ingenuos. Por ello, les recomiendo dejarse guiar: encontrarán en
red el proyecto Dios en la literatura contemporánea, un proyecto de investigación y de creación literaria,
multidisciplinar e interuniversitario, liderado por el profesor Antonio
Barnés, que ya organizó dos congresos centrados en “Dios en los textos” y tiene
anunciado un tercero para octubre del 2019, además de múltiples conferencias,
mesas redondas… Como muestra un botón, la video-conferencia Cartografía literaria de Dios del 12,
diciembre del 2017. Mantiene también un blog… No lo duden, es una auténtica
mina sobre este asunto.
Otra posibilidad online
es acceder a la Via pulcritudinis, del
Pontificio Consejo para la Cultura que también presenta un listado de obras y
autores fundamentales para la literatura cristiana. Les dejo tarea entonces,
buceen en la red y elijan bien, en consecuencia. Y siempre, como telón de fondo
la apasionante Carta de Juan Pablo II a
los artistas. Porque Dios también puede buscarse en las artes contemporáneas…
con dificultad en ocasiones, aun así un reto que merece la pena.
Volvamos brevemente a
los testimonios de conversos: en
este sentido, resulta muy actual la aventura del matrimonio Hahn, presbiterianos
de Estados Unidos, narrada en Roma dulce hogar. Nuestro camino al
catolicismo (1993). Es un relato de conversión desde la doble óptica de
marido y mujer. Scott la define como una historia de detectives, que degenera
en relato de terror para llegar al final feliz: un romance con Cristo y su
Iglesia. Arranca del rechazo de lo que consideran “errores” católicos” (La
Virgen, la infalibilidad del Papa…) para descubrir que:
“para mi desconcierto y
frustración, la Iglesia católica romana, a la que yo combatía, empezaba a
aportar las respuestas correctas, una tras otra. Después de algunos casos más,
la cosa empezó a resultar escalofriante” (Hahn, 2014, 62).
El matrimonio,
apostólico a tope, formado paralelamente en un seminario, se tambalea. El
relato del drama tiene momentos divertidos: ante lo irremediable de la
conversión debida a la coherencia doctrinal de Scott, Kimberly va proponiendo
lo que considera menos malo: “¿no podríamos hacernos episcopalianos?” (Hahn,
2014, 76). Hasta que, pasado el tiempo, confiesa a su marido: “Dios me está
llamando a entrar en la Iglesia católica”… Las consecuencias a corto plazo son
duras (pérdida de trabajo, de amigos, de seguridades…). En una época
desgraciadamente cuajada de persecuciones a los católicos por todo el planeta
(y aquí podrían citarse libros sobrecogedores), el testimonio de un matrimonio
comprometido hasta la médula, te agarra y te cuestiona: ¿cómo vivo mi fe y mi
relación con Jesucristo?
Con
ojos nuevos es un relato muy distinto de una mujer
joven de la nobleza romana, Alessandra Borghese, laica y frívola que, en un
determinado momento y por medio de una amiga, reencuentra la fe en la que se
educó. “Durante largos años he buscado respuestas tirándome de cabeza a la
vida” –dirá en el prólogo- porque “pertenecer a una clase privilegiada, poseer
medios, ser de estirpe aristocrática, tener cultura y alcanzar éxitos
profesionales puede parecer decisivo pero… en absoluto es así, si no tienes ese
sutil rayo de Luz que te indica el camino”. La angustia reinaba en el corazón
de quien alimentaba prejuicios contra la fe cristiana, era en verdad frágil y
estaba sustancialmente sola, como todos los que excluyen a Dios de su vida. Lo
descubrirá paulatinamente, en un camino hacia la paz y la alegría, el camino de
la conversión que ocupa el prólogo, con referencias a la también conversión del
editor Mondadori, amigo de Messori, otro converso… Después, en un flashback, vuelve atrás para narrar su
vida que culmina en ese momento en que “experimenté un enorme consuelo, sentí
que renacía. Descubrí, con una alegría que ni de lejos consigo describir, que
Dios estaba allí para mí, para acogerme y ofrecerme su ayuda”. Lo demás será consecuencia
de ese descubrimiento.
Conversos europeos o,
al menos, de ascendiente cristiano. La bibliografía al respecto es amplísima,
también como bibliografía secundaria, es decir, los estudios sobre el tema.
Cito solo uno recién salido del horno, Conversos buscadores de Dios. 12 historias
de fe de los siglos XX y XXI (2019), de Pablo J, Ginés, que condensa en
breves páginas la conversión de personajes super mediáticos de siglo XX,
arrancando con Gary Cooper.
Otro mundo es el de los
conversos de otras religiones, especialmente del Islam. Elijo dos: Defendiendo a Alá llegué a Jesús. Las
razones de mi conversión (2017), de Nabel Qureshi es el relato de un
paquistaní emigrado con su familia a Estados Unidos, un islamista convencido y
devoto que poco a poco descubrirá la alternativa del cristianismo. El precio a pagar ((2017), de Joseph
Fadelle es el corto pero aterrador relato de un irakí, musulmán convencido que,
de manera tumbativa descubre al Señor al confrontar el Corán con los
Evangelios. ¿El resultado? La intransigencia familiar y la sharia o ley
islámica condena a muerte al converso y a quienes le reciban, en este caso, los
cristianos que viven su religión casi en las catacumbas. La espectacular y
complejísima huida a Francia convive con la amargura del converso a quien
cuesta perdonar la condena a muerte dictada contra él por su propia familia de
sangre. En ambos destaca la honradez de la búsqueda y la solidez de una fe
recién adquirida que les lleva a enfrentarse a lo más querido y al exilio.
En
conclusión: Dios sigue interesando y eso se plasma en la literatura:y
me permito señalar un último bestseller narrativo, la novela Sumisión (2015), de Michel Houellebecq
traducida por Anagrama. Lo hago porque es una mirada ¿profética? a una Francia
convertida totalmente al Islam que se ha impuesto incluso en las esferas del
poder. ¿Qué pasaría si esto llegara a ser una realidad? Bajo la forma del
diario de un profesor universitario descubrimos que una sociedad
descristianizada y sin valores como la nueva puede, a corto plazo, caer sin
resistencia en las redes de una religión mucho más fanática y capaz de ofrecer
la vida por sus ideas.
La literatura sobre
Dios interesa: ¿otro ejemplo que viene de Francia? El inusitado éxito de
Fabrice Hadjadj, converso del Islam él mismo, en libros como La fe de los demonios (2014) o Tenga Ud éxito en su muerte (Anti método
para vivir) (2011) redactados con altura apologética, junto al desenfado de
quien vive según esa ya vieja fórmula de 1928 refrendada por el Vaticano II:
“ser contemplativos en medio del mundo”. Últimas
noticias del hombre (y de la mujer), traducido por Enrique García Máiquez
para la editorial Homo Legens (2018) es, por ahora su última entrega.
¿Un ejemplo todavía más
cercano? ¿Alguien entiende a Dios? Escrito por Javier Hernández Pacheco en 2014,
son “reflexiones sobre el Catecismo de un catedrático de filosofía, un
catedrático de universidad que no ha olvidado un axioma fundamental: “¡que no
sucumba la Estética ante una Ética malentendida!”. Por eso su ensayo está
fantásticamente bien escrito, es ágil e inteligente, teñido de sano humor.
Mucho más interesante que el último bestseller de Harari.
Porque somos laicos y
el “quedeme y olvideme” propio de los cartujos es un milagro que solo consiguen
unos pocos privilegiados. Aun así, no deja de ser paradójico que todavía hoy se
proponga conectar con la Palabra desde el silencio (cfr. el último libro del
Cardenal Sarah, La fuerza del silencio.
Frente a la dictadura del ruido (2017), o el documental sobre la Gran
Cartuja). Por cierto, es apasionante la aventura del cardenal Sarah
entrevistado en Dios o nada (2015), o
de cómo un desharrapadillo analfabeto de un poblado africano llega a Prefecto
de la congregación para el culto divino (léenla!)…
No deja de ser
paradójico también que se elija a las comunidades benedictinas de la Edad Media
como paradigma de lo que debería ser la educación de la familia en el mundo
actual, un reducto que insufle la fe a nuestros jóvenes en un mundo
aparentemente sin valores. Me refiero a La opción benedictina. Una estrategia para
los cristianos en una sociedad poscristiana (2018), que nos llega de
Estados Unidos de la mano de Rod Dreher y publica Encuentro. Ejemplos todos
ellos de que la literatura, en el sentido amplio del término en absoluto
constreñido a la novela como en épocas anteriores, sigue abriéndose paso y
siendo fecundada por el cristianismo tras 2000 años de civilización occidental.
Muchas gracias.
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