María Zambrano: El hombre moderno con ansia creciente ha hecho cuanto le ha sido posible para librarse de su creencia en la culpa original

 Y  liberarse  humanamente  es  reducirse;  ganar espacio,  el  “espacio  vital”,  lleno  por  la  inflación de  su  propio  ser.  Uno de los efectos  de  la “deifica­ción”  es  la  toma  de  posesión  de  más  espacio  del que  realmente  podemos  enseñorearnos;  desbordar los límites que lo humano  tiene;  de lo  que es guía y  ejemplo  la  limitación  que  nos  impone  el  tener un cuerpo y estar en él.  Reducir lo humano llevará consigo,  inexorablemente,  dejar  sitio  a  lo  divino, en  esa  forma  en  que se  hace  posible  que  lo divino se  insinúe  y  aparezca  como  presencia  y  aun  como ausencia  que  nos  devora.  La  deificación  que  arras­tra  por  fuerza  la  limitación  humana —la  impotencia  de  ser  Dios—  provoca,  hace  que  lo  divino  se configure  en  ídolo  insaciable,  a  través  del  cual  el hombre —sin  saberlo—  devora  su  propia vida;  des­truye  él  mismo  su  existencia.  Ante  lo  divino  “verdadero”,  el  hombre  se  detiene,  espera,  inquiere, razona.  Ante  lo  divino  extraído  de  su  propia  sus­tancia,  queda  inerme.  Porque  es  su  propia  impotencia  de  ser  Dios  la  que  se  le  presenta  y  repre­senta,  objetivada  bajo  un  nombre que  designa  tan sólo  la  realidad  que  él  no  puede  eludir.  Viene  a caer  así  en  un  juego  sin  escape  de  fatalidades,  de las  que en  su  obstinación  no  encuentra salida.  Reducirse,  entrar  en  razón,  es  también  recobrarse.  Y puesto  que  ha  caído  bajo  la  historia  hecha  ídolo, quizás  haya  de  recobrarse  adentrándose  sin  temor en  ella,  como  el  criminal  vencido  suele  hacer  vol­viendo  al lugar de su  crimen;  como el  hombre que ha  perdido  la  felicidad  hace  también,  si  encuentra el  valor:  volver  la  vista  atrás,  revivir  su  pasado  a ver  si  sorprende  el  instante  en  que  se  rompió  su dicha.   E1  que no  sabe  lo  que  le  pasa,  hace  memoria  para  salvar  la  interrupción  de  su  cuento,  pues no  es  enteramente  desdichado  el  que  puede  con­tarse a sí mismo su propia historia.


La situación del hombre moderno es la de la soledad, el aislamiento, consecuencia de vivir según la conciencia
Zambrano, María: El hombre y lo divino, Siruela, Madrid, 1991, p. 29.

(Atenea) No era diosa de oráculo. La conciencia no llegará a hablar tan fácilmente, porque al hacerlo ha de romper toda ambigüedad; esa ambigüedad propia de las palabras inspiradas. Antes de ser palabra es voz, y antes de ser voz es una actitud que se resume en una mirada silenciosa y que se desencadena, en raras ocasiones, en acción. En la vida de la conciencia, antes que la palabra estará la acción; mas su primera forma de manifestarse es una actitud. Actitud que es una nueva exigencia. Tal es la originalidad de la conciencia en su despertar: exigir, velar. Atenea, en perenne vigilia sobre su ciudad, exigirá una actitud del hombre, su ciudadano. Muestra esa primera forma de la conciencia, todavía religiosa, que es la atención. 
Raro instante auroral en que lo humano se define ligado aún a lo divino; conciencia indiscernible aún de la piedad.

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...quien asume la actitud filosófica, asume también la responsabilidad de sus palabras, que serán por ello declaraciones cargadas de una nueva pretensión. Creo recordar que en una de sus lecciones Ortega y Gasset hacia recaer la diferencia entre el decir del poeta y el decir del filósofo en la falta de responsabilidad del primero. Bajo el logos de la poesía no encontramos la unidad —coherencia, continuidad— de alguien que no sólo da razones, sino que ofrece también razones de sus razones, que tal es el filósofo, decía Ortega. Mas, el poeta ofrecerá en cambio de estas razones de sus razones su propio ser, soporte de lo que no permite ser dicho, de todo lo que se esconde en el silencio; la palabra de la poesía temblará siempre sobre el silencio y sólo la órbita de un ritmo podrá sostenerla, porque es la música la que vence al silencio antes que el logos. Y la palabra más o menos desprendida del silencio estará contenida en una música.

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Y era ésta la gran necesidad humana implicada en el problema del ser; vencer por la visión esa oscura resistencia de lo sagrado, desentrañar dentro de ella la pura esencia que siendo hace que cada cosa sea; descubrir al final al ser que hace ser.

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...el hombre moderno con ansia creciente ha hecho cuanto le ha sido posible para librarse de su creencia en la culpa original. A partir del “naturalismo” del siglo xviii, se han ido sucediendo las ideologías —“evolucionismo’’, “marxismo”, Nietzsche— que muestran la “inocencia" de la condición humana sin más posibilidad de adquirir culpa que la de una cierta traición a la vida. Uno de los más persistentes afanes del hombre moderno y actual es el de inocentarse. p. 100.

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...los pitagóricos no avanzarán hasta la tragedia, pues en ella se resuelve en un “instante” decisivo el conflicto. Y en ella todo queda dicho. Se mantendrán, por el contrario, fieles a lo indecible; la voz, el gemido, antes que buscar articularse en palabra será moldeada, modelada por el número. La palabra siempre precipita el tiempo, la música lo obedece con cierto engaño, pues va en busca del éxtasis. El indecible padecer del alma cuando se siente a sí misma, al encontrarse, se resolvió en el pitagorismo por la aceptación del orfismo y de su aventura protagonista: el descenso a los Infiernos, a los abismos donde lo que sucede es indecible. Y como es indecible, se resolverá en música. Y en la forma más musical de la palabra: poesía. pp. 102-103.

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“El Motor inmóvil” no respondía, ni siquiera podía permitir al hombre expresar esa su esperanza última y su primer anhelo oculto en la oscuridad de su corazón. La "naturaleza” contenía, oculto y «aparente a la vez, el ser que es inteligencia; mas, el corazón del hombre contiene por su parte el anhelo de ver y de ser visto; de amar y ser amado. Y es ansia lógica pues sólo la visión será perfecta cuando ninguna oscuridad haya sido abandonada a su propia suerte. cuando lo más sombrío de la caverna que es el corazón humano ascienda a la luz también. Y el cuerpo mismo transfigurado pueda entrar, sin dejar de ser cuerpo, en el resplandor de la luz, cuando haya dejado de oponer resistencia a la luz y pueda ser traspasado por ella sin haber dejado de ser cuerpo. Entonces el reino de la visión, del Dios que ve, estará logrado.
 Y aun todavía el amor, ese movimiento el más esencial de todos los que padece la vida humana, donde se resume la condición del hombre —el ser que entre todos se mueve— no será amor enteramente, si el que se mueve, no logra al fin mover. Si es que no hay un Dios que sea movido por el hombre.

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Convertir el delirio en razón sin abolirlo, es el logro de la poesía. p. 328.


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