Y liberarse
humanamente es reducirse;
ganar espacio, el “espacio
vital”, lleno por
la inflación de su
propio ser. Uno de los efectos de la
“deificación” es la
toma de posesión
de más espacio
del que realmente podemos
enseñorearnos; desbordar los
límites que lo humano tiene; de lo
que es guía y ejemplo la
limitación que nos
impone el tener un cuerpo y estar en él. Reducir lo humano llevará consigo, inexorablemente, dejar
sitio a lo
divino, en esa forma
en que se hace
posible que lo divino se
insinúe y aparezca
como presencia y
aun como ausencia que
nos devora. La
deificación que arrastra
por fuerza la
limitación humana —la impotencia
de ser Dios—
provoca, hace que
lo divino se configure
en ídolo insaciable,
a través del
cual el hombre —sin saberlo—
devora su propia vida;
destruye él mismo
su existencia. Ante
lo divino “verdadero”,
el hombre se
detiene, espera, inquiere, razona. Ante
lo divino extraído
de su propia
sustancia, queda inerme.
Porque es su
propia impotencia de
ser Dios la
que se le
presenta y representa,
objetivada bajo un
nombre que designa tan sólo
la realidad que
él no puede
eludir. Viene a caer
así en un
juego sin escape
de fatalidades, de las
que en su obstinación
no encuentra salida. Reducirse,
entrar en razón,
es también recobrarse.
Y puesto que ha
caído bajo la
historia hecha ídolo, quizás
haya de recobrarse
adentrándose sin temor en
ella, como el
criminal vencido suele
hacer volviendo al lugar de su
crimen; como el hombre que ha
perdido la felicidad
hace también, si
encuentra el valor: volver
la vista atrás,
revivir su pasado
a ver si sorprende
el instante en
que se rompió
su dicha. E1 que no
sabe lo que
le pasa, hace
memoria para salvar
la interrupción de
su cuento, pues no
es enteramente desdichado
el que puede
contarse a sí mismo su propia historia.
La situación del hombre
moderno es la de la soledad, el aislamiento, consecuencia de vivir según la
conciencia.
Zambrano, María: El
hombre y lo divino, Siruela, Madrid, 1991, p. 29.
(Atenea) No era diosa de oráculo. La conciencia no llegará a hablar tan fácilmente, porque al hacerlo
ha de romper toda ambigüedad; esa ambigüedad
propia de las palabras inspiradas. Antes de ser palabra es voz, y antes de ser voz es una actitud que
se resume en una mirada silenciosa y que se desencadena, en raras ocasiones, en acción. En la vida
de la conciencia, antes que la palabra estará la acción; mas su primera forma de manifestarse es una
actitud. Actitud que es una nueva exigencia. Tal
es la originalidad de la conciencia en su despertar:
exigir, velar. Atenea, en perenne vigilia sobre su
ciudad, exigirá una actitud del hombre, su ciudadano. Muestra esa primera forma de la conciencia, todavía religiosa, que es la atención.
Raro instante auroral en que lo humano se define ligado aún a lo divino; conciencia indiscernible aún de la piedad.
***
...quien asume la actitud filosófica, asume también la responsabilidad de sus palabras, que serán por ello declaraciones cargadas de una nueva pretensión. Creo recordar que en una de sus lecciones Ortega y Gasset hacia recaer la diferencia entre el decir del poeta y el decir del filósofo en la falta de responsabilidad del primero. Bajo el logos de la poesía no encontramos la unidad —coherencia, continuidad— de alguien que no sólo da razones, sino que ofrece también razones de sus razones, que tal es el filósofo, decía Ortega. Mas, el poeta ofrecerá en cambio de estas razones de sus razones su propio ser, soporte de lo que no permite ser dicho, de todo lo que se esconde en el silencio; la palabra de la poesía temblará siempre sobre el silencio y sólo la órbita de un ritmo podrá sostenerla, porque es la música la que vence al silencio antes que el logos. Y la palabra más o menos desprendida del silencio estará contenida en una música.
***
Y era ésta la gran necesidad humana implicada en el problema del ser; vencer por la visión esa oscura resistencia de lo sagrado, desentrañar dentro de ella la pura esencia que siendo hace que cada cosa sea; descubrir al final al ser que hace ser.
***
...el hombre moderno con ansia creciente ha hecho
cuanto le ha sido posible para librarse de su creencia en la culpa original. A partir del “naturalismo” del siglo xviii, se han ido sucediendo las ideologías —“evolucionismo’’, “marxismo”, Nietzsche—
que muestran la “inocencia" de la condición humana sin más posibilidad de adquirir culpa que la
de una cierta traición a la vida. Uno de los más
persistentes afanes del hombre moderno y actual
es el de inocentarse. p. 100.
***
...los pitagóricos no avanzarán hasta la tragedia, pues en ella se resuelve en un “instante” decisivo el conflicto. Y en ella todo queda dicho. Se mantendrán, por el contrario, fieles a lo indecible; la voz, el gemido, antes que buscar articularse en palabra será moldeada, modelada por el
número. La palabra siempre precipita el tiempo,
la música lo obedece con cierto engaño, pues va en
busca del éxtasis. El indecible padecer del alma cuando se siente
a sí misma, al encontrarse, se resolvió en el pitagorismo por la aceptación del orfismo y de su aventura protagonista: el descenso a los Infiernos, a los abismos donde lo que sucede es indecible. Y como es indecible, se resolverá en música. Y en
la forma más musical de la palabra: poesía. pp. 102-103.
***
“El Motor inmóvil” no respondía, ni siquiera
podía permitir al hombre expresar esa su esperanza última y su primer anhelo oculto en la oscuridad de su corazón. La "naturaleza” contenía, oculto y «aparente a la vez, el ser que es inteligencia;
mas, el corazón del hombre contiene por su parte
el anhelo de ver y de ser visto; de amar y ser
amado. Y es ansia lógica pues sólo la visión será
perfecta cuando ninguna oscuridad haya sido abandonada a su propia suerte. cuando lo más sombrío
de la caverna que es el corazón humano ascienda
a la luz también. Y el cuerpo mismo transfigurado
pueda entrar, sin dejar de ser cuerpo, en el resplandor de la luz, cuando haya dejado de oponer resistencia a la luz y pueda ser traspasado por ella sin
haber dejado de ser cuerpo. Entonces el reino
de la visión, del Dios que ve, estará logrado.
Y aun todavía el amor, ese movimiento el más esencial de todos los que padece la vida humana,
donde se resume la condición del hombre —el ser
que entre todos se mueve— no será amor enteramente, si el que se mueve, no logra al fin mover.
Si es que no hay un Dios que sea movido por el
hombre.
***
Convertir el delirio en razón sin abolirlo, es el logro de la poesía. p. 328.
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