“Súplica”
Hay
nuevos días por delante,
ceñida
por el calor de gentes afines,
suplico
al Señor
que
me ayude a volver a casa
y
a poner mis pies de mujer
en
la tierra de mi infancia.
Le
suplico que me dé
manos
desnudas para escribir
en
el libro blanco de mi vida,
que
me dé brazos para acunar
los
albores de nuestro Mediterráneo
y
de llevarlos a tus ojos.
Le
suplico al Señor
que
me dé voz de plata
para
cantar canciones
como
la flor de azahar,
fragantes
huellas pintadas
en
las generosas colinas de la Conca *.
Le
suplico incluso cuando
sé
que, inconfundible,
pertenezco
a nosotros,
humanidad
que crece y cambia
igual
que la nave de Teseo **:
alteridad
de sustancia y forma
y
nunca de primitiva identidad.
* Conca d'Oro de Palermo
** Se dice que la nave de madera en el
que viajaba el mítico héroe griego Teseo se conservó intacta a lo largo de los
años, sustituyendo las piezas que se deterioraron gradualmente. Entonces llegó
un momento en el que todas las piezas utilizadas en origen para construirla
habían sido reemplazadas, a pesar de que el propio buque conservara exactamente
su forma original.
“Sull'Ardeatina*”
La matanza atroz
de
los hombres con la estrella;
cuerpos
asesinados y arrojados a los fosas comunes
por
bestias sedientas de odio amargo
y
miserable como la hiel,
cuerpos
escondidos rápidamente
al
mundo que todo lo sabía,
pero
tenía los ojos cerrados
para
no ver la vergüenza
de
la sangre que fluía
sobre
la puzolana.
Masa
humana de aquel tiempo
en
el que nada era humano,
ni
siquiera el nombre,
un
tiempo marcado
por
el dolor que nunca se rindió,
por
los años violentos e infernales,
por
las energías estranguladas y violadas,
convertidas
en bestias sedientas de sangre,
entrenadas
para matar
hombres
arrodillados sobre otros hombres
ya
sin vida,
apilados
para no desperdiciar espacio.
Cada
uno de ellos tiene su propio espacio ahora
en
la memoria que nunca se olvida.
Era
el 24 de marzo de 1944
y
Roma estaba llena de polvo, de sangre,
de
bombas y de palomas en el cielo.
El poema describe un episodio real de la
II Guerra Mundial, en el que perdieron la vida muchos judíos, civiles
italianos. A menudo nos preguntamos “¿Dónde está Dios?” cuando se cometen
atrocidades como esta, cuando queremos parar lo imparable y nos sentimos
impotentes porque la sangre siempre será derramada. Dios no quiere sangre,
quiere entendimiento entre los hombres, quiere Paz y Amor entre sus hijos. Pero
el hombre, a veces, parece ciego y sordo y no actúa siguiendo la guía del Padre
Celestial, sino sus impulsos peores que le llevan a cometer atrocidades. Dios
está siempre presente, también allí, acompañando los más débiles, recordándonos
que los hechos ya no se podrán cambiar, pero pueden ayudar a comprender la
naturaleza humana y nos pueden servir de advertencia para que no los cometamos
más, para que podamos vivir en un futuro mejor.
“Detrás de las montañas”
¿Qué
se esconde
detrás
de la montaña?
Empecé
a subirla
con
mis brazos entre los tuyos,
cuando
todavía no sabía
que
nuestros ojos
llorarían
y se regocijarían juntos,
que
nuestras manos
se
apoyarían
y
se pegarían
para
sostenerse de nuevo
antes
de ver el sol en el horizonte
y
sentir la noche
penetrar
eternamente
en
tus miembros de padre.
Has
caminado a mi lado,
revelándome
los secretos
de
las flores y de las estrellas,
de
los árboles y de los ríos,
abriendo
al mundo entero
la
ventana de mis días.
Me
enseñaste
a
vivir y a amar,
para
aceptar mis defectos,
para
entender que sola
puedo
llegar hasta la cumbre
para
averiguar lo que me espera
ahí
mismo, detrás de la montaña.
El Hombre que se encuentra en todo
momento de su vida terrenal acompañado por la figura paterna: el Padre que
sostiene el hijo y le enseña a vivir y a amar, que le enseña a esperar para
llegar a la “cumbre” de la montaña y ver lo que hay allí tras ella y así
encontrar la Verdad. Este es el viaje de la Vida, el viaje que todos hacemos
con alegrías y sonrisas, con sufrimientos y obstáculos para regresar a lo
Eterno que nos ha engendrado.
Descende
un nudo en la garganta,
llega
hasta el pecho,
apretando
su mordaza:
se
convierte en aquel barro cruel
que
mancha el destino.
¿Por
qué vivir,
cuando
todo alrededor es muerte?
¿Por
qué matar
con
un soplo la luz,
cuando
en mis labios
están
floreciendo los lirios de la vida?
Dios
eras para mí y para mi hermano,
cuando
hace tiempo en Roma
te
buscábamos entre las nubes del cielo;
Dios
eres para los niños desamparados
y
lejanos que no tienen libertad
para
crecer y amar;
Dios
eres cuando te llaman
mujeres
vilipendiadas y lívidas
sin
ningún mañana.
Dios
eres cuando la noche,
profunda
y trágica,
abarca
el mundo entero
con
sus frías extremidades,
cuando
la guerra todavía
no
se resigna a la derrota
y
a la humillación,
cuando
el hombre entienda
que
para restaurar su dignidad
tendrá
que dejar triunfar el respeto.
En la Sagrada Escritura, Dios no está
atado a ningún lugar. De hecho, Él es el Señor de todos los lugares, trabaja en
todos ellos y nos llama desde cualquier lugar. El Hombre no tiene que probar su
existencia, sino ser signo de su presencia. Dios es quien se acerca a la
historia sin anular su evolución, sin causar la involución de la voluntad del
hombre, Dios se ha ensuciado las manos, y con las manos perforadas no nos
explica el dolor, pero lo asume, así como tenemos que asumirlo nosotros que
estamos hechos a su imagen y semejanza. Somos nosotros quienes tenemos que
aprender a respetarnos los unos a los otros para poder recuperar la dignidad de
ser Hombres y merecer estar en el mundo creado para nosotros por nuestro Padre.
“El
infierno sin culpas”
(para
las víctimas del terremoto de Amatrice*)
No
hay electricidad ni agua
hay
polvo,
sólo
polvo y ruinas,
sin
recuerdos ni olores,
sin
sabores ni colores.
El
fuego arde,
mientras
la violencia ruda
de
la tierra irritada grita,
se
mueve y sacude
sus
entrañas rugosas y ásperas,
manos
de hombres impotentes
que
escuchan el silencio,
esperando
en la vida.
Una
canción se eleva
en
la oscuridad más profunda
acunando
los nombres en las lágrimas,
en
las heridas amargas de los que saben
que
han perdido todo,
pero
no el amor y la dignidad.
Se
libran los cuerpos del dolor,
del
engaño de la piel,
del
escudo contra el mundo,
de
la ira hirviendo.
Se
libran los cuerpos de la ansiedad,
del
horror de los fantasmas,
del
vacío de la mente,
del
infierno sin culpas.
¿Quién
es el que no perdona?
¿La
naturaleza o Dios?
Destinos
desmenuzados
en
el instante eterno
de
la furia del viento,
en
el instante infinito
dominado
por la muerte.
* Amatrice, 24 de agosto de 2016
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