Ya a
tiempo
de torcer
el camino, te propongo
―con el
corazón en la mano―
un
testamento, sin pliegos
ni
testigos.
No tengo
―como
sabrás― extensos beneficios.
Apenas la
mesa basta y el pan honrado
que hemos
compartido.
Solo te
dejo mi nombre
como
parcela abierta a remover
para los
hijos de tus hijos.
Quiero
abrirte de par en par
las
ventanas a Dios.
Porque es
ciega la noche
que se
cierra a sus pasos
benditos.
Camina a
su lado siempre.
Una y otra
vez
vuelca los
ojos al cielo. Cuando más oscuro
te sea
todo, y sientas tu soledad
como
castigo.
Si
supieras qué dulce
y serena
paz te desborda
cuando Él
está contigo.
Te dejo
como herencia
unos pocos
amigos,
que son
después de ti, lo mejor
que pude
haber tenido.
No los
cambies por nada.
Andando el
tiempo
podrás
añadir otros, apartando
la cizaña
del trigo.
Atesora,
entre tanto,
lo que los
años te traigan
como bien
más preciado.
En esto,
da igual:
tus
aciertos y errores
–lo bueno
y lo malo–.
Mira
siempre de frente
a los
demás.
Y sé tú
misma,
aunque por
ello te pongan
a un lado.
A mí me
tendrás muy cerca,
acaso
mucho más cuando al fin
te haya
dejado.
Muy luego
–como
quien dice,
a la
vuelta de la esquina–
nos
volveremos a ver.
Y
estaremos juntos
ya por
toda la vida.
Ayer falleció, pero qué hermosa herencia:
ResponderEliminarQuiero abrirte de par en par
las ventanas a Dios.
Porque es ciega la noche
que se cierra a sus pasos
benditos.